El descubrimiento del Nuevo Continente en 1492 supuso un revulsivo en el ámbito mundial. Europa sabía ahora de un ignoto territorio, así como del régimen de vida de sus habitantes con las informaciones que llegaban del otro lado del Atlántico. España fue testigo principal de cuanto se traía físicamente, desconocido hasta la fecha, y entre tantas informaciones llegaron las de nuevas plantas que allá se usaban en el tratamiento de enfermedades humanas, como eran los remedios botánicos, cuyo valor fue analizado y experimentado posteriormente por los estudiosos no hay españoles sino europeos. Muchas de estas plantas venían usándose allá en padecimientos del territorio estomatológico, con lo cual, al menos en teoría, se enriquecía el catálogo terapéutico que posteriormente tendría que depurarse y aquilatarse.
Nicolás Bautista Monardes y Afaro.
Nicolás Monardes es una figura bien estudiada de la medicina española[1], tanto en su biografía como su atractiva e interesante obra escita. Nacido hacia 1493 en Sevilla, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, graduándose de bachiller en Medicina en 1533, regresando a su patria chica donde trabajaría durante dos o tres años con uno de los más prestigiosos galenos de la ciudad, García Pérez Morales, con cuya hija, Catalina de Morales, casó en 1536. En 1547 se doctoró en el Colegio de Santa María de Sevilla, donde era catedrático de Prima su suegro y en esta ciudad permaneció hasta su muerte.
Ejerció con fama su profesión, pero también se embarcó en negocios como el comercio de materias, no sólo plantas, medicinales y, también, en el comercio de esclavos, si bien llegó a arruinarse y para evitar el encarcelamiento por deudas se recluyó en el monasterio de Regina Coeli, del que salió sólo cuando logró un acuerdo con sus acreedores. Tras una prolongada actividad, falleció el 10 de octubre de 1588. En el testamento, depositado ese mismo año, se comprueba la abultada herencia que dejaba a su hija Jerónima, con quien decidió vivir tras la muerte de su esposa -acaecida en 1577-, lo que parece demostrar su recuperación económica.
Dio a la imprenta varias obras previas a la que nos ocupa, con el plus de las muchas horas dedicadas al estudio de la naturaleza, pues, además, estuvo relacionado con los jardines sevillanos de Gonzalo Argote de Molina y de Simón de Tovar, si bien en el huerto de su casa cultivó plantas llegadas de América. Describió, según el erudito Francisco Guerra, varias especies, como el cardo santo, la jalapa, la cebadilla o el sasafrás, y ofreció la descripción minuciosa de otras muchas.
Sus obras, recuerda López Piñero, están entre los textos científicos del XVI que más interés despertaron en Europa, de tal manera que poco más de un siglo llegaron a alcanzar cuarenta y dos ediciones en seis idiomas, destacando las traducciones latinas, resumidas y comentadas, especialmente las de Clusius (Charles de l’Escluse).
“Primera y segvnda y tercera partes de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales que siruen en Medicina”.
La edición de este libro que se tiró en Sevilla, en la imprenta de Antonio Escribano, en 1574, es la que hemos utilizado para nuestro propósito. Tras los preliminares: la licencia y privilegio –a cargo del Ldo. Pedro Gasco y los doctores Redin, Francisco de Medillo, Íñigo de Cárdenas Zapata, y Aguilera- y el elogio –a cargo de Gonzalo Catieco de Molina-, se suceden las tres partes que lo conforman, además de los añadidos apartados citados sobre la piedra bezoar, el hierro y la nieve.
En las líneas más tempranas de la primera parte se da razón de la fortuna de contar con un nuevo, muy valioso y variopinto arsenal desconocido hasta la fecha en Europa. Tras referirse a los metales nobles, perlas, piedras preciosas, el autor da cuenta de animales asimismo desconocidos en el Viejo Continente y también de otros productos como cueros, azúcares o árboles, de los cuales “vienen cada año quasi cien Naos cargadas de ello, que es cosa grande y riqueza increyble[2]”. Pero con todo, para la humanidad no son de valor superior como las que a continuación se nombran: “Allende de estas riquezas tan grandes, nos embian nuestras Indias Occidentales, muchos arboles, plantas, yeruas, rayzes, çumos, gomas, fructos, simientes, licores, piedras, piedras que tienen grandes virtudes medicinales, en las quales se han hallado, y hallan, muy grandes efectos que exceden mucho en valor y precio, a todo lo susso dicho, tanto quanto es mas excelente y necessaria la salud corporal, que los bienes temporales: de las quales cosas, todo el mundo carecia, no sin pequeña falta nuestra, segun los grandes prouechos que vemos del vso dellas se consiguen, no solo en nuestra España, pero en todo el mundo[3]”.
Monardes fue un convencido de las virtudes de los productos que llegaban del Nuevo Continente, hasta el punto que –dice- si faltaran los nuevos remedios que sanan tantas enfermedades, éstas “fueran incurables, y sin ningun remedio[4]”. Fue por ello que, con la experiencia de “quarenta años, que ha q curo en esta ciudad[5]” y viviendo en lugar tan privilegiado “como en esta ciudad de Seuilla, que es puerto y escala de todas las Indias Occidentales, sepamos dellas, mas que en otra parte de toda España, por venir todas las cosas primero a ella[6]”, se diera a la composición y edición de esta obra de utilidad inmediata que completaba la terapéutica farmacológica europea del momento.
Consta el libro de tres partes, habiendo aparecido la primera en 1565 y la segunda en 1571. En 1574 se editaron conjuntamente, seguidas de la añadida tercera. Del escrutinio de las tres partes obtenemos información de algunas de las tales nuevas medicinas, centrando nuestro objetivo en las de uso estomatológico, bien entendido que otras muchas con acción más general pudieran ser de utilidad asimismo en padecimientos locales, por ejemplo las de uso analgésico. Son las propiamente de uso estomatológico las siguientes, por su orden de aparición en la obra[7].
Primera parte.
De la Tacamahaca: “Prohibe y quita el dolor de muelas: el qual se quita aunque este la muela horadada, poniendo vn poco desta resina en el agujero, y si con ella misma se quemare la muela podrida haze que no vaya adelante la corrupcion[8]”.
Del guayacan y palo santo: Agua de palo santo: “Esta agua haze buenos los dientes; blanqueándolos, y afirmandolos, enxaguandose con ella a la continua[9]”.
Segunda parte.
Del tabaco: “En dolor de Muelas, quando el dolor es de causa fria o de reumas frias, puesta vna pelotilla hecha dela hoja del Tabaco, lauando primero la muela con vn pañito mojado en el çumo, quita el dolor, y prohibe no vaya la putrefacion adelante. En causa caliente no aprouecha: y este remedio es ya tan comun, que todos sanan[10]”.
Del sassafrás: “En dolor de muelas, quebrantado el palo y mascado con la muela que duele, y dexandolo mascado en el agujero dela muela que duele, si esta horadada, y aunque no lo este: quita el dolor marauillosamente, con experiècia en muchos[11]”.
Del Carlo santo: “conforta mascandola las enzias, y fortifica los dientes, y prohybelos de neguijon, y que no se pudran ni corrompan: haze buè olor de boca, y porq es amargo, conuiene q despues de auerla mascado, lauen la boca cò vino: para que quite el amargor[12]”.
“En dolor de muelas la celebran mucho, los que la han traydo a España. Estando yo en la posada do estaua este que traya la rayz, me certifico el huésped que teniendo vn gran dolor de muelas, se le quito con mascar la corteza desta rayz, con el lado mismo do estaua la muela q le dolia, desflemando quanto podía. Y estando yo otro dia en el Aduana curando vn Ginoues que allí estaua, se me quexo otro de la misma nascion de dolor de muelas, y hezimos traer dela rayz dicha, y en presencia de todos masco la corteza desta rayz con la muela que le dolia, y desflemo mucho, y en desflemando se le començo a mitigar el dolor, y antes que de allí se fuesse se le quito del todo. Yo tuue los días pasados, vn dolor de vna muela, que me dio pena toda vna noche, y parte de vn dia, y pedi de vna huerta, que en casa tengo, vnas hojas de Tabaco, y assi mismo la rayz dicha, y masquelas entrambas juntas, y desflemè, y quitoseme el dolor, que no me ha buelto mas, con auer esto mas de seys meses q passo[13]”.
El Dragon: “Prohibe q no se caygan los dientes, y haze crecer carne en las enzias corroyudas[14]”.
De la çarçaparrilla de Guayaquil: “Llaman a los Indios de aquellos términos y comarca, Guancavilcas: do tienen la costumbre sacarse los dientes, por modo de Sacrificio, y ofrecenlos a sus ydolos: porque dizen, que se les ha de ofrescer la cosa mejor que el hombre tiene, y que en el hombre no hallan cosa mejor, ni mas nescessaria, que los dientes[15]”.
Tercera parte.
De lechvgvilla siuestre: “Tiene virtud de quitar dolor de muelas, tomando el cozimiento hecho de las hojas y teniendolo en la parte do es el dolor: y poniendo vn poco de çumo della en la muela que duele, quita el dolor, hase de poner encima el borujo de la misma hoja do se saco el çumo: gustada es amarguissima[16]”.
Del carlo sancto: “El cozimièto desta rayz, enxaguando se con el, effuerça las enzias, prohibe que no tengan neguijon en los dientes y muelas, y si lo tienen no lo dexa passar adelante. Para este mal tengo yo por muchos años experimentado enxaguarse la boca a la còtinua cò iguales partes de vinagre Esquilitico y agua de cabeçuelas de rosas, que cierto si se vsa enxaguar los dientes y muelas con esto a la continua, preserua de neguijon en ellos, y si lo ay no passa adelante: lo qual yo tengo experimentado y vsado en muchos por muchos años[17]”.
Conclusión.
Algunos remedios nuevos iban a incorporarse, como dijimos al principio, al recetario botánico europeo y a través de los escritos de Monardes serían conocidos por aquellos farmacéuticos, médicos, cirujanos, etc., a partir de entonces. Los dientes eran tenidos en gran estima, muy concretamente por los nativos del Guayaquil, pues prescindían de ellos para ofrecerlos a sus dioses pues no hallaban “cosa mejor ni mas nescessaria” con qué agradarles. Las plantas mencionadas, no excesivas sino selectas, son de uso muy diverso: antiodontálgico –el autor llega a experimentar en sí mismo la hoja del tabaco como tal-, blanqueador de los dientes o curador de las encías. Incluso se propone la manipulación de las lesiones cariosas, tal que la introducción en la cavidad cariada de la resina de la Tacamahaca o el Sasafrás. Asimismo, en forma de colutorios propone el agua del Palo santo y del Carlo sancto. Queda, en fin, la duda de si a estos tratados accedieron los prácticos de la época, los barberos acreditados por examen ante el tribunal del Protobarberato, en cuyas manos quedaban la mayoría de los padecimientos buco-dentales.
[1] Sobre la vida y la obra de Monardes, consultar preferentemente: Fresquet Febrer, J.L. Monardes, Nicolás Bautista. Nicolás Bautista Monardes | Real Academia de la Historia (rah.es); Guerra, F. Nicolás Bautista Monardes. Su vida y su obra (ca. 1493-1588). México, Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, 1961; Lasso de la Vega y Cortezo, J. Biografía y estudio crítico de las obras de Nicolás Monardes. Sevilla, Tipografía de la Revista de Tribunales, 1891; López Piñero, J.M. “Monardes, Nicolás Bautista”. En: López Piñero, J.M., Glick, T.F., Navarro Brotons, V., Portela Marco, E. Diccionario histórico de la ciencia moderna en España. Vol II, Barcelona, Ediciones Península, 1983, 69-72; López Piñero, J.M. Introducción a primera y Segunda y Tercera partes de la Historia medicinal… Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1989; Rodríguez Marín, F. La verdadera biografía del Doctor Nicolás Monardes. Madrid, Tipografía de la “Revista de Archivos”, MCMXXV.
[2] Monardes, P. Primera y segvnda y tercera partes… Sevilla, Alonso Escriuano, 1574, fº. 1.
[3] Ídem., fº. 1 vº.
[4] Ídem., fº. 2.
[5] Ídem., fº. 2 vº.
[6] Ídem.
[7] Se respeta la ortografía original de la obra. Se dejan a un lado consideraciones generales sobre los remedios mencionados como su ubicación, descripción, preparación, etc.
[8] Monardes, N. Op. cit., Ídem., fº. 4.
[9] Ídem., fº. 12 vº.
[10] Ídem., fº. 34 vº. De esta planta publicó el primer grabado que se conoce.
[11] Ídem., fº. 46-46 vº.
[12] Ídem., fº. 66
[13] Ídem., fº. 67 – 67 vº.
[14] Ídem., fº. 80.
[15] Ídem., fº. 88 vº.
[16] Ídem., fº. 108.