LO QUE PUEDEN HACER LOS DENTISTAS RECIEN LICENCIADOS

    Dr. Manuel Ribera Uribe, JMD, DDS, PhD Profesor de Gerodontología, Pacientes Especiales y Prostodoncia, Presidente del Comité de Ética en Investigación y Medicamentos UIC (Universitat Internacional de Catalunya), Académico de la Pierre Fauchard Academy

    Encaramos en estos días el final de la actividad y la entrada de la canícula precursora del descanso veraniego que cierra la actividad y nos prepara para los nuevos propósitos que allá por septiembre, tendremos que poner en marcha. Es pues un buen momento para reflexionar sobre cuál es la razón de los éxitos y de los fracasos cosechados durante el curso que se cierra  y sobre todo como medirlos para no caer en la maniquea afirmación, ausente de autocrítica,  de que todo ha sido satisfactorio. Se me ocurre que, si en odontología el objetivo final es que nuestros pacientes estén satisfechos, el juez de semejante criterio no podría ser otro que el mismo paciente. Demasiado frecuentemente nos encontramos, sin embargo, con situaciones en las que el paciente satisfecho no es indicador de un trabajo de calidad. Por el contrario, en no pocas ocasiones un trabajo técnicamente correcto no consigue eliminar el descontento del paciente. Llegados a este punto probablemente coincidan conmigo en que el elemento aglutinador de la relación paciente-dentista no es tanto la calidad en abstracto sino la calidad humana. La calidad humana definida como una combinación de conocimiento, criterio, sensibilidad, equilibrio que genera personas serenas, coherentes, fiables y capaces de asumir y poner en práctica los valores fundamentales, es un objetivo complejo de obtener en odontología. De hecho es un objetivo difícil de obtener en la vida. Implica una simbiosis entre los pacientes y los profesionales, un proceso de selección solo posible en el contacto continuado que se establece a lo largo del tiempo. Es eso lo que tendríamos que valorar si lo hemos conseguido o no durante este curso.  La fragmentación de la relación con el paciente atendiendo a criterios técnicos o de especialidad en ausencia del verdadero elemento aglutinador que es el dentista general no va en favor de conseguir ese objetivo. Estamos asistiendo a un proceso en el que las especialidades se están convirtiendo en el eje de la relación con los pacientes en detrimento del dentista general. Es notoria la sensación en el mundo real de que los recién graduados acceden al mundo laboral con grandes carencias, fruto obviamente de la escasez de prácticas durante los años de universidad, escasez que subsanan inscribiéndose en Másteres que completan una formación que a mi juicio deberían haber adquirido en la carrera.  Así se devalúa el papel del dentista general que es el que establece la relación con el paciente, le atiende durante toda su vida y es, en última instancia, el que, convenientemente formado y asesorado, decide aquello que le conviene. Es complicado hacer eso desde la posición de un especialista o de un máster de dedicación exclusiva. Existe un cierto paralelismo con la medicina de familia a la que todo el mundo reconoce su papel crucial como eje vertebrador y capital de la relación médico – enfermo. En odontología a veces da la sensación que el generalista solo atiende los restos sobrantes de una asistencia fragmentada por especialidades en general mucho mejor remuneradas. O que se dedica a atender primeras visitas que canaliza hacia los diferentes especialistas para que hagan planes de tratamientos fragmentados. En mi opinión el odontólogo general debería resolver la mayor parte de las demandas de asistencia dental de la población, debería estar formado realmente con las capacidades necesarias para no tener que remitir al especialista, al máster, más que aquellos tratamientos realmente dificultosos técnicamente y que requieren una habilidad manual considerable. Que requieren de un “maestro”.  Ciertamente no es esa la dinámica de la formación universitaria en odontología. El continuo goteo de nuevas facultades no hace mas que aumentar el número de colegiados con mas o menos formación teórica pero con una escasa formación práctica. Práctica a la que se accede posteriormente matriculándose en costosas formaciones de posgrado que elevan considerablemente el costo final de la adquisición de un “expertise” mínimo para enfrentarse al ejercicio profesional. Es necesario poner el foco en la formación de grado, aumentando no ya sus conocimientos teóricos sino la realización de prácticas que hoy por hoy son exiguas: implantes, prótesis , ortodoncias, cirugías …  Aunque para que hubiera suficiente flujo de pacientes y poder decir que se han realizado tratamientos en todos los campos y en cantidad suficiente, probablemente no deberían seguir creándose facultades de odontología y tampoco proliferando de modo incontrolado las formaciones de posgrado. Creo que en esa búsqueda de la calidad, entendida no como calidad técnica simplemente, el papel del dentista general , el que diagnostica, elabora el plan de tratamiento y acompaña al paciente en su tratamiento  es crucial y el recién licenciado debería estar en condiciones de ser quien lo asumiera. Hoy por hoy no es así .