Qué para el ciudadano común, la presencia del virus ha supuesto un antes y un después en su vida y en su manera de actuar, es obvio. Ha sido este un año de pérdidas, humanas, económicas, de relaciones sociales y de confianza en el futuro. Si bien es cierto que la vida sigue y nos hemos de acomodar a ella no lo es menos que el lastre que nos ha impuesto la situación no vamos a poder quitárnoslo fácilmente.
En lo que hace a nuestro trabajo me preocupa por supuesto la repercusión de la pandemia en el funcionamiento de nuestras clínicas. Hemos padecido el problema en primera línea, expuestos como los que más al contagio. Hemos entregado nuestros epis y mantenido la asistencia a nuestros pacientes dentro de las pautas permitidas y lo hemos hecho sin que al atardecer nos aplaudiera nadie.
Sin embargo un, más o menos, subliminal mensaje se ha extendido, mi juicio, entre la población: Necesitamos una sanidad pública más dotada. Sin discrepar para nada con ello, en muchos casos, sin embargo, al ciudadano común le ha llegado, alentado por espurios intereses, la maniquea y simplificante idea de la confrontación entre pública y privada. Intereses empeñados muchas veces en buscar frentes antes que sinergias. Intereses alentados por “gente tóxica“ que diría Stamateas, gente que necesita devaluar lo que sienten como ajeno para poner en valor lo que viven como propio.
La atención pública es buena, desinteresada, busca el bien para todos y la atención privada es torticera, busca llenar su bolsillo y mira más por el negocio que por la salud. ¡Qué mala es la privatización! ¡Cuánto sinvergüenza hay que hace negocio a costa de la salud de los demás! Tiempo les ha faltado a algunos próceres líderes políticos o de opinión para caricaturizar la actividad privada de la sanidad. Días atrás se publicaba en la Vanguardia una tira gráfica en la que un sanitario le pedía a un paciente que abriera la boca (en la sanidad pública) contraponiéndola a otra que le pedía que abriera la cartera (en la sanidad privada). Elegante (o no) sarcasmo al amparo de la libertad de expresión de un laureado dibujante, que nos pone a los dentistas y sanitarios privados a los pies de los caballos y da pábulo a algunos para envolverse de una pátina de legitimidad cuando promueven programas encaminados a mejorar la salud bucodental del pobre ciudadano con la idea de rebajar las expectativas de “negocio” de las clínicas comunes para aumentar las expectativas de “asistencia” de algunas clínicas Municipales o “sociales” que, eso sí ,solo dan de comer a la estructura y la gente políticamente afín que las promueve . No rinden beneficios que vayan al bolsillo de un “acaudalado empresario”. Hecho al parecer censurable en sí mismo para algunos. Todo lo contrario, se destinan a aumentar servicios y nuevos centros perpetuando el bucle que alimenta a gestores , administradores y profesionales alineados con su entorno ideológico o prestando servicios que rompen la universalidad de la prestación y que no vienen dictados por los legisladores legitimados por los ciudadanos sino por la decisión del politizado gestor de turno .
Necesitamos, visto lo visto, una sanidad pública potente y universal, equitativa dentro de las directrices de las autoridades competentes. No “buenista” sino realista. No cicatera sino
ambiciosa. Una odontología pública que sobre todo prevenga la enfermedad y que cure la de aquellos que , siendo respetuosos con el esfuerzo que hacemos todos al pagarla , y cumpliendo con las pautas de cuidado y prevención que se les exige , tienen problemas que les superan . Y mientras los que pueden tomar decisiones para invertir en lo primero se lo piensan y encuentran un director de orquesta que sepa de lo que habla, también necesitamos una odontología privada de calidad, asequible al ciudadano medio y respetada por todos, también por los ideólogos de lo público, que permita a sus profesionales vivir de su trabajo dignamente sin que nadie les acuse de peseteros o faltos de sensibilidad social.
La profesión ha dado más que sobradas muestras de implicación con la sociedad y con nuestros pacientes, en su interés porque todo el mundo pueda disfrutar de una salud oral digna.
Los colegios profesionales, las asociaciones profesionales y las clínicas dentales en general han trabajado para ello. Hay montones de iniciativas solidarias que nacen desde dentro de la profesión para los desfavorecidos. La pandemia de coronavirus no ha impedido en ningún caso que tanto los dentistas públicos como los privados, siguiéramos proveyendo soluciones a los problemas dentales de nuestros pacientes.
Desde la perspectiva de haber trabajado en ambas , pública y privada, y defendido, durante 40 años , la coexistencia y el respeto mutuo entre las dos, con el convencimiento de que ninguna es buena “per se” sino que lo son por la bondad , la buena intención y el esfuerzo de los que nos dedicamos a cualquiera de ellas y ahora que vamos llegando al fi al de la vida laboral, creo honradamente que el camino sigue siendo largo y que el transmitir ideas que siembren dudas sobre la bondad del prójimo no es de recibo. No lo es como persona, ni como gestor, ni como político. Mucho menos como profesional. Como no lo es hacer de todo ello un argumento, portador de un sustancial sesgo, para justificar planteamientos ideológicos en una u otra dirección. Siempre nos quedará la esperanza de que las nuevas generaciones detengan la bonhomía de cambiar las pulsiones de sus mayores.