Las circunstancias que nos ha tocado vivir han propiciado la incorporación del mundo online al ejercicio de la medicina en particular y de la salud en general. Todo tiene su lado bueno, faltaría más. Sin embargo, el otro día una paciente me contaba que durante los tiempos de pandemia ha tenido necesidad de consultar con el sistema público un par de veces, por la presencia de flemones con dolor en su maltrecha boca, y que en ambos casos (el último hace un par de meses) le han resuelto amablemente el problema prescribiéndole un antibiótico y un antiinflamatorio para evitar el desplazamiento al Centro de Salud durante estos momentos de tanto riesgo.
Sin entrar en la valoración del caso concreto y su resolución, me vinieron a la cabeza los cambios que ha sufrido la profesión médica y la odontológica en los últimos años. Concretamente en la relación con el paciente. Nos enseñaron a que el primer e inexcusable contacto con el paciente se basaba en el correcto interrogatorio y la paciente y meticulosa exploración en busca de signos y síntomas con los que realizar un diagnóstico de presunción que se completaba o descartaba con la ayuda de las pruebas complementarias. Eso tenía validez para todas las ciencias de la salud: medicina, odontología, veterinaria… Insistieron en el tema, en el campo de la medicina al menos, ilustres fi guras como Pedro Pons, Farreras Valentí por citar algunos de mi entorno formativo cercano, por ellos y gracias a ellos se desarrolló la propedéutica como herramienta de enseñanza previa al aprendizaje y a la toma de decisiones.
Efectivamente, existían asignaturas de Propedéutica clínica que ponían en valor la necesidad de una buena comunicación y de una hábil interpretación de los signos y de los síntomas. Se crearon contenidos formativos en torno a la entrevista clínica como elemento capital del ejercicio profesional. Todos estos considerandos son los que hicieron que médicos y dentistas, entre otros, respondiéramos, absolutamente convencidos de lo que decíamos, ante las demandas de los pacientes que nos preguntaban “Doctor, ¿me puede decir lo que tengo?, pues verá: eso tendría que verlo. Esa misma formación, en odontólogos, médicos, farmacéuticos propiciaba el que no podíamos dar un antibiótico a un paciente sin que lo “viera el médico o el dentista “. Las farmacias negaban su administración y los profesionales prescriptores insistíamos en que no podíamos prescribir sin ver. Me dirán ustedes que con cosas como el teléfono, las video conferencias, la fotografía etc. podemos disponer de mucha información. Es posible pero se me hace que el contacto directo, la comunicación verbal y no verbal va a ser complicada de sustituir.
Comprenderán que me cueste, respetando las medidas de prevención para mí y para mis pacientes en tiempos tan complicados, renunciar o posponer, la visita presencial. Es la nuestra una profesión de riesgo. Lo fue siempre. Lo era cuando nuestro mayor enemigo eran las hepatitis, lo siguió siendo en la época del sida y lo es con igual razón ahora que tenemos al coronavirus. Lo cierto es que, una vez pasado el primer impacto de la pandemia en el que muchísimas clínicas cerraron, en el mundo de la odontología privada se retomó la actividad, con las medidas necesarias: mascarillas, desinfección, purificación de ambientes, limitación de accesos convirtiendo las consultas en los establecimientos de atención al público probablemente más seguros… pero, la inmensa mayoría de las veces, atendiendo al paciente en modo presencial, incluso para un flemón o para darle un presupuesto. Necesitamos el contacto directo, asumiendo los riesgos, no minimizándolos, pero tampoco adoptando actitudes histriónicas alejadas algunas veces del sentido común e incluso de la evidencia científica. Todo necesita una cierta dosis de equilibrio e incluso si tuviéramos que resolver los casos prescindiendo del contacto con el paciente (no lo quiera Dios), necesitaríamos también una propedéutica específica en habilidades adaptadas, en comunicación telefónica y en entrevistas online para hacer bien nuestro trabajo. No podemos pasar de ver a todos los pacientes a prescribirles por teléfono o a posponer tratamientos que, aunque no sean vitales (en odontología no hay casi nada vital), sí son necesarios. El Dr. Herbert L.Fred, director de educación médica del hospital St. Joseph en Houston, acuño el término de “hipopericia” para designar la falta de recursos profesionales basada en la tendencia a dar más importancia a la técnica y a la enfermedad que al contacto con el paciente, olvidando que el Dr. Gregorio Marañón decía ya, a principios del siglo pasado, que no hay enfermedades sino enfermos y la semiología, los signos y los síntomas, venidos a menos en una era de pruebas complementarias, están por supuesto en los pacientes y se obtienen desde la proximidad de un oficio que se ejerce y se seguirá ejerciendo durante muchos años a pocos centímetros del paciente .