La Belleza: ¿atributo objetivo o subjetivo? Parte I

Juan Alió Sanz
Doctor en Medicina y cirugía
Profesor titular de ortodoncia, Universidad Complutense de Madrid
Académico de la Pierre Fouchard Academy
Artista pintor

Cuando hablamos de la belleza, es decir, cuando calificamos “algo” como bello, en realidad, ¿a que nos referimos? Tal vez, podíamos responder que lo “bello” tiene cuatro grandes atributos: armonía, proporción, simetría y perfección.
Desde un punto de vista puramente subjetivo, la belleza es algo que es capaz de cautivar el espíritu, un bienestar emocional.

Podemos definir la belleza como una determinada cualidad que tienen algunos elementos o entes de ser capaces de percibirse como placenteros.

Por tanto, podemos decir que la belleza es una cualidad puramente abstracta y subjetiva. Tomas de Aquino definía la belleza como aquello que agrada a la vista.

Analizando la belleza desde un punto de vista puramente objetivo, la podríamos definir como una cualidad de determinados entes de trasmitir bienestar, independiente de la razón. Es decir, algo es bello en esencia, al margen de quien lo experimente. El subjetivismo analiza la belleza como una cualidad que depende directamente de la razón del espectador. En este sentido, John Locke hablaba de cualidades primarias como aquellas que son independientes del observador y cualidades secundarias como aquellas que se conforman de acuerdo a como el observador las percibe.

Vamos a analizar brevemente la belleza en su cualidad más objetiva y que va ligada inexorablemente a los conceptos de equilibrio y armonía y es que estos dos conceptos son fácilmente objetivables.

Podemos definir el equilibrio como una situación de armonía entre cosas diversas o entre las partes de un todo. Por tanto, si hablamos de belleza, armonía y proporción y queremos objetivarla lo más posible, intentando eliminar el componente puramente subjetivo, tenemos que conocer el concepto y desarrollo de la llamada “proporción aurea”.
Esta proporción tiene un origen puramente matemático y su descubrimiento se debe al matemático Leonardo Pisano (1170-1240), también conocido como Fibonacci. Este autor estableció la llamada “sucesión de Fibonacci” que comienza con el 0 y el 1 y a partir de ahí, cada número siguiente es la suma de los dos anteriores. Si dividimos cada número por su anterior, el resultado se aproxima al número áureo. (1,61803398874…). En la figura 1 aparece un rectángulo con unas medidas indeterminadas.

 

 

 

 

 

 

Vamos a trasladar la sucesión numérica a este rectángulo.
Siguiendo la sucesión de Fibonacci, la partición sería de la siguiente manera (Figura 2):

Al unir los vértices con una línea curva nos aparece la “Espiral de Oro” (Figura 3).

Marcus Vitruvius Pollio (25 AD) comparaba la forma y estructura del cuerpo humano con la de un edificio perfecto y colocó el cuerpo entre dos estructuras geométricas perfectas como son, el círculo y el cuadrado (Figura 4). Aún sin conocer la proporción áurea, definió el cuerpo humano dentro de esa misma proporción.

Adolf Zeising en 1824 diseñó la figura siguiente (Figura 5) para explicar la proporción áurea constante en el cuerpo humano. Para ello divide el cuerpo en cuatro zonas. La primera va desde la borde superior de la cabeza al hombro. La segunda, del hombro al ombligo. La tercera del ombligo a la rodilla y la cuarta de la rodilla a la planta del pie. Cada una de estas zonas se subdivide en cinco segmentos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Los ejemplos de la proporción áurea son casi infinitos, no solo en la propia naturaleza sino en otras construcciones que nos sorprenderían.

Cómo hemos visto, en el cuerpo humano, la proporción áurea es una constante. Por ejemplo, el cociente entre la altura del cuerpo y la distancia del ombligo a la mano nos proporciona el número áureo. Las falanges de la mano están sucesión 6. A nivel facial (Figura 6), la distancia desde la glabela al punto subnasal guarda proporción áurea con la distancia interpupilar.

Otro ejemplo muy demostrativo lo observamos en el pabellón auditivo y cómo este representa de una manera sorprendente por su fidelidad a la “Espiral de Oro”.

 

 

 

 

 

 

En general, el cuerpo humano es un ejemplo continuo de proporción aurea en todas sus partes (Figura 7). Ya hemos omentado el tema de la facies en su conjunto, pero si analizamos la cara en detalle observamos innumerables  ejemplos de proporción aurea (Figura 8).

Los tercios en el perfil facial también guardan esta proporción
(Figura 9).

 

 

 

 

 

 

También los propios dientes (Figura 10) guardan esta proporción, tanto en las dimensiones propias de cada uno, como en la relación de las distintas piezas dentarias.

En la arquitectura, la proporción áurea la podemos observar casi de forma constante (Figura 11).

Resulta sorprendente en la cantidad de objetos que utilizamos diariamente y que guarda esta divina proporción. Por ejemplo, el ratón de nuestro ordenador (Figura 12).

En conclusión, podemos definir a la belleza de un determinado cuerpo, desde un punto de vista puramente objetivo, como aquel ente que guarda proporción y armonía siguiendo las condiciones de la proporción aurea. La naturaleza en su conjunto, acepta y cumple estas proporciones de una forma casi constante.

Nuestro cuerpo es un ejemplo perfecto del cumplimiento de los condicionamientos áureos. En el siguiente artículo valoraremos como se cumple en el arte esta proporción de equilibrio y armonía y entraremos en la valoración
subjetiva de la belleza.