PARTE II. LA DEFORMACIÓN DE LA REALIDAD.
Podemos afirmar de una forma sencilla que el termino abstracción, dentro de lo que significa la concepción artística, es la expresión de “algo” carente de referencias.
Ese “algo” puede ser una figura, una escena cotidiana, un retrato o también, de alguna manera, puede ser la expresión de un sentir, de una idea conceptual o de una determinada idealización.
En el artículo anterior (Odontologos de hoy “La abstracción figurativa Parte I”. V 13, No 68. Nov 2024) ya me refería a como muchas veces, conceptos que parecen irreconciliables a simple vista, como son la abstracción y la figuración o realismo, cuando los analizamos en profundidad vemos que tienen una cierta convergencia cuando no, claros puntos de unión entre ellos.
Como idea general, la pintura figurativa reproduce una realidad percibida directamente por el autor, el cual nos intenta transmitir a través de su obra esa realidad propia. Es decir, el autor crea una obra para que nosotros apreciemos, en dicha obra, la percepción real de lo percibido por el artista. En esta idea conceptual, el autor nos obliga a ver lo que él, de alguna manera, percibe o siente.
El artista abstracto trabaja de un modo, por así decirlo, más conceptual. No esta dictando una realidad que intenta trasmitir al espectador de su obra, si no, mas bien, su obra refleja unas cualidades de su sentir que expone abiertamente al espectador.
Desde el punto de vista del espectador, la visualización de una obra figurativa nos lleva a observar una realidad ya ordenada por el propio autor, sobre todo, en lo referente a la percepción de la obra dentro de nuestro filtro de ”Tiempo y Espacio” establecido a priori, es decir, no basado en la experiencia sino arraigado en nuestra mente de forma innata y preestablecida.
En el otro extremo, la pintura abstracta parece que nos evita el paso por ese filtro y nos invita a sumergirnos en nuestra propia experiencia vital, sin la interposición de ese tiempo y espacio al que nos referíamos antes.
Cuando intentamos unir ambas corrientes, parece que es un camino irreconciliable, como dos rectas paralelas que solo se van a encontrar en el infinito. Sin embargo, ya vimos en el artículo anterior que algunos autores, de alguna manera, conjugan estas dos antagónicas corrientes.
En este sentido tenemos que citar forzosamente la excepcional obra de Picasso.
Pablo Picasso (1881-1973) fue el artista que sin duda revolucionó de una manera brillante e irreversible los variados movimientos artísticos en el siglo XX.
Con el denominado Protocubismo, Picasso comenzó un camino que ya llevaba esbozando desde sus primeras obras. Este camino era precisamente la deformación de la realidad dependiendo de su propio sentir. Es decir, en los cuadros de Picasso siempre existe una deformación de la realidad que nos lleva de la mano a la expresión de un determinado sentir del artista. Podemos denominar esta deformación de la realidad como la percepción abstracta del artista que percibe una realidad y según sus propias emociones, sentimientos, ideas preconscientes…etc la plasma en el lienzo.
En el cuadro Las señoritas de Avignon (1907) Picasso pretendía cambiar el concepto del arte figurativo de un modo implosivo, brusco y radical. Pretendía poner en tela de juicio el realismo puro, el filtro del espacio y evocar una imaginada anatomía humana, completamente fuera de los convencionalismos de la época. El cuerpo humano lo
transforma en una serie de líneas conformadas triangularmente que dan al espectador la posibilidad de imaginar los cuerpos desnudos según su propia percepción. Como dijimos anteriormente, el autor no nos está obligando a observar una determinada realidad, en este caso, anatómica, mas o menos bella. Aquí, la belleza pasa a un segundo plano para acentuar lo importante que es precisamente la percepción propia de la belleza.
¿Qué reflejan los rostros de este cuadro? Picasso nos facilita algunas intenciones pero, al final, la respuesta a esta pregunta es individual. Ojos grandes, miradas ausentes, narices largas y desordenadas… La respuesta está en ti mismo.
Picasso. Las señoritas de Avignon. 1907
A pesar de la obviedad, aprender a enajenarnos de nuestra propia percepción preconcebida nos vuelve capaces de difuminar la línea que separa la figura de lo abstracto, y ver que lo que llamamos, por ejemplo, rostro, no es más que un objeto conformado por una serie de formas, luces, sombras y colores estructurados y organizados específicamente. Tal vez sea esa «percepción enajenada» de la realidad la que puede mejorar enormemente nuestro entendimiento visual de la misma.
En el retrato de Dora Maar (1937) es significativo por lo evidente, la deformación de la realidad que realiza el autor. Esta deformación afecta a toda la obra, tanto en sus colores como en sus formas. Picasso no esta intentado plasmar la imagen de Dora Maar sino que esta intentado evocar sus sentimientos hacia esa persona. Esta traslación emocional se aprecia en la facies, en la vestimenta, en las manos, hasta en la propia silla. La interpretación es libre. Por ejemplo, ¿Porqué razón coloca la nariz justamente debajo del ojo izquierdo? Las orejas están a distinto nivel. Las manos se representan, cada una de ellas, en posiciones opuestas. El autor deforma la realidad y te deja libre para que la interpretes a tu propia forma.
Picasso. Retrato de Dora Maar (1937)
En Mujer ante el espejo (1912), a pesar de ser una obra anterior a la antes referida, se pone en evidencia esta deformación abstracta de la realidad con mayor énfasis y seguridad.
Picasso. Mujer ante el espejo (1912)
En primer lugar nos llama la atención la imagen natural de la mujer. El rostro no está tan deformado como en en el anterior cuadro, incluso podemos decir que esta bastante proporcionado. Sin embargo, nos llama la atención la división y partición del mismo casi en su termino medio. Una parte es rosacea y la otra claramente amarilla. Sorprende como esta imagen es reflejada en el espejo y este reflejo es completamente distinto a la imagen inicial. La imagen especular esta muy poco expresada, solo con una nariz grande y una supuesta lagrima dencendida desde un ojo completamente negro. Es, en definitiva, una deformación de la realidad que trasmite una emoción pura.
En Mujeres de Argel (1955) apreciamos como la evolución de Picasso desde los cuadros anteriores ha ido avanzando hacia una mayor expresión de la realidad desdibujada y deformada.
Mujeres de Argel (1955).
En esta obra lo primero que llama la atención es que existe una figura mas evidente, menos deformada, huyendo de las proporciones áureas (como es frecuente en la obra de Picasso) pero con una evidencia que nos acerca a una realidad más verosímil. Sin embargo, esta figura se encuentra inmersa en un entrono que resulta poco reconocible aunque muy sugerente. Los colores que utiliza, dentro de la sencillez de los mismos, resaltan esta anarquía de una realidad completamente onírica.
Con estos ejemplos, vemos como un artista puede explorar sin restricciones sus obras en su esencia más pura, libre de los límites del pensamiento, internándose en la naturaleza abstracta y fundamental de lo visual y todo ello trasladarlo al espectador para, de alguna manera enriquecer su propio entendimiento de la realidad.
A pesar de la obviedad, aprender a enajenarnos de nuestra propia percepción preconcebida nos vuelve capaces de difuminar la línea que separa la figura de lo abstracto, y ver que lo que llamamos, por ejemplo, rostro, no es más que un objeto conformado por una serie de formas, luces, sombras y colores estructurados y organizados específicamente. Tal vez sea esa «percepción enajenada» de la realidad la que puede mejorar enormemente nuestro entendimiento visual de la misma.