Sobre los Epónimos: Estudio previo para un repertorio de Epónimos Odontológicos.
Mª. José Solera Piña.
Javier Sanz Serrulla.
Andrea Santamaría Laorden.
Manuela Escorial García.
Uno de los campos que más ha utilizado el recurso de la eponimia para designar nuevas realidades es el de las ciencias. En el caso concreto de la Medicina, su uso, aunque controvertido, sigue estando vigente. Tras analizar sus ventajas e inconvenientes, intentamos extrapolar esta problemática al caso particular de la Odontología. En los próximos números irá apareciendo estructuradamente una serie de epónimos de uso habitual, lo cual no implica que, generalmente, quien los emplea conozca sus orígenes, su evolución o su valoración actual, incluso en algunos casos sus controversias.
- ETIMOLOGÍA: (Sobre los epónimos).
Tratar de construir un repertorio de epónimos constituye un proyecto ambicioso, en continua progresión, al límite de lo abarcable, una lista ordenada de neologismos que sirvan para designar nuevas realidades o para matizar o completar otras antiguas. A este respecto no hay que olvidar al menos dos trabajos previos: el artículo “Odonto-eponymology: Historical Dental Names”, de G.H. Sperber y J. Buckingham; y el libro “Glosario de Epónimos Odontoestomatológicos”, firmado por R.A. Rivas Muñoz, A. Vigueras Ávila y R.J. Sandoval. Sin embargo, ambos, de valor incuestionable, no pasan de ser meras descripciones de los epónimos referenciados.
Probablemente lo primero que ha de definirse ha de ser el mismo concepto de “epónimo”, buscando descubrir la verdadera esencia del mismo, la que dé sentido a la confección de un repertorio como este. Si se va a analizar en profundidad una importante colección de palabras y expresiones, sería lógico comenzar por aquella que da sentido a las demás.
En el Diccionario de la Lengua Española encontramos la siguiente definición de epónimo: “Dicho de una persona o de una cosa: Que tiene un nombre con el que se pasa a denominar un pueblo, una ciudad, una enfermedad, etc. Es decir, un epónimo sería, por ejemplo, una persona o cosa que da nombre a otra persona o cosa. Etimológicamente proviene del griego, quedando construida a partir de otras dos: Epi (sobre) y Onyma(nombre), por lo que emparenta etimológicamente de forma directa con la palabra “sobrenombre”. El epónimo es pues un sobrenombre, un alias. Se supone que originalmente tiene origen mitológico, instituido en la antigüedad clásica para nombrar a un héroe del cual se pretende descender y del que toma nombre una familia (gens), una patria (pharatria), una tribu (phylé).
La eponimia es, pues, el proceso de crear una palabra a partir de otro nombre. Es un proceso común y habitual para crear neologismos. Básicamente hay tres formas de crear denominaciones por eponimia, valgan los siguientes ejemplos, de uso común:
Un genérico seguido de un complemento con “de”: leyes de Newton.
Un genérico con el epónimo en aposición: motor Diesel.
El nombre propio original o adaptado se lexicaliza: Jacuzzi.
Un tropo es un tipo de figura retórica que consiste en el uso de una palabra o expresión en sentido figurado, es decir, distinto del ortodoxo habitual, para describir determinados conceptos. Un tropo es, por tanto, la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado.
Es un término que proviene del griego y significa “dirección, rumbo o tendencia”. En este sentido etimológico, el tropo es el cambio de dirección de una palabra o expresión que se desvía de su contenido original para adoptar otro. Es un término propio de la retórica, que hace relación al uso de las palabras en un sentido distinto del habitual. No se trata de una sustitución entre sinónimos, es decir, entre palabras de significado igual o equivalente, sino entre términos de contenido semántico diferente; sin embargo debe haber nexos que relacionen ambas palabras o expresiones y que fundamenten que uno pueda sustituirse por el otro. El tropo alude a este cambio de dirección que termina por designar al término sustituido.
El empleo de tropos es muy habitual y su listado es variable y abierto, si bien suelen incluirse con mayor frecuencia los siguientes: alegoría, metáfora, metonimia, símbolo y sinécdoque. También la eponimia puede considerarse plenamente un tropo.
El concepto “epónimo” comparte muchas características con el resto de los tropos, con especial relevancia con la metonimia y la sinécdoque. La metonimia es un tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa. Se trata de una palabra de origen griego cuyo significado etimológico es “dar o poner un nombre nuevo”, por tanto se trata de una transnominación, un fenómeno de cambio semántico por el cual se designa una cosa o idea con el nombre de otra, sirviéndose de alguna relación de dependencia o causalidad existente entre ambas. Puede decirse que la metonimia es el desplazamiento de algún significado desde un significante a otro significante que le es en algo próximo. Existen muchos tipos: causa por efecto (“ganarse el pan”), efecto por causa (“las canas por la vejez”), continente por contenido (“tomar una copa”), lugar por lo que se produce (“un Oporto”), marca comercial por producto (“una zodiac”), autor por obra (“un Velázquez”), objeto por poseedor (“el espada por torero”), parte por el todo (“la red por la portería”), todo por la parte (“la literatura científica por un artículo concreto”), materia por objeto (“un lienzo por un cuadro”) o instrumento por artista (“el mejor pincel del siglo XX”).
La sinécdoque es un tropo que consiste en extender, restringir o alterar de algún modo la significación de las palabras, para designar un todo con el nombre de una de sus partes o viceversa, un género con el de una especie o al contrario, una cosa con el de la materia de la que está formada, etc. Etimológicamente también proviene del griego y su significado es el de “entendimiento simultáneo”. Los elementos se relacionan por inclusión y no por contigüidad como ocurre en la metonimia. Hay varios tipos: la parte por el todo (tricornio por Guardia Civil), el todo por la parte (España por su equipo de fútbol), la palabra más general por la particular (felino por león), el género por la especie (bestia por caballo), la especie por el género, el singular por el plural, el plural por el singular, la materia por el objeto, lo abstracto por lo concreto, el signo por la cosa representada o la especie por el individuo.
Ahora bien, la distinción entre sinécdoque y metonimia no siempre es sencilla ni clara, puesto que ambas se basan en los mismos fundamentos; de hecho es una diferenciación más conceptual que funcional. Por este motivo últimamente se suele estudiar la sinécdoque como parte de la metonimia; o con más precisión, se proyecta la metonimia para incluir también el sentido de la sinécdoque. Lo mismo puede decirse a propósito de la eponimia, pues perfectamente se puede considerar un tipo particular y específico tanto de la sinécdoque como de la metonimia en el que el significante transferido es un nombre propio o el de un lugar; en realidad todos son tropos generadores de neologismos. Así pues, este glosario lo es de palabras o expresiones construidas por el proceso de eponimia sin poder descartar que igualmente lo hayan sido por metonimia o por sinécdoque.
- LOS EPÓNIMOS EN LAS CIENCIAS.
Uno de los campos que más se ha nutrido de este recurso lingüístico para designar nuevas realidades es el de las ciencias. La terminología científica está plagada de epónimos que fueron apareciendo como consecuencia del avance y del progreso. Nuevos descubrimientos, invenciones o técnicas encontraron en la eponimia un mecanismo sencillo para poder ser nombrados. Sin embargo, su uso ni está exento de controversia ni ha sido acogido por igual en las diferentes ramas de la ciencia. Como veremos más adelante, las ventajas y los inconvenientes que implican la inclusión de los epónimos en la terminología científica, ha sido particularmente discutido en el campo de la Medicina. Profundizar en el tema de los epónimos científicos no es sencillo ya que la bibliografía al respecto es escasa y los lingüistas no han mostrado mucho interés por su estudio. La mayoría de los trabajos publicados al respecto son listados, más o menos completos, que terminan dando lugar a los diccionarios de epónimos.
Tal y como observó Chukwu, es en el dominio de las Ciencias Naturales, la Física (y las Matemáticas) y la Medicina donde el uso de los epónimos está más extendido. Las Ciencias Naturales son de lejos las que más han recurrido a este procedimiento, lo cual es lógico si tenemos en cuenta que son el campo de la nomenclatura y la enumeración por excelencia. En la nomenclatura científica de animales y plantas o en geología, la presencia de epónimos se alarga casi hasta el infinito. Cientos de nombres científicos de familias, géneros, especies o de minerales y rocas proceden de personas. Por citar un ejemplo, Darwin cuenta con decenas de epónimos que inmortalizan su gran aportación.
Respecto a la Física y las Matemáticas, la eponimia es un recurso habitual para la designación de fenómenos, leyes o teoremas. Efecto Doppler, Campana de Gauss, Tablas de Pascal o Bosón de Higgs son algunos ejemplos. Su amplia utilización contrasta con el escaso interés mostrado por la comunidad científica respecto al empleo de epónimos en su terminología habitual. La indiferencia predominante permite que su uso esté prácticamente exento de cualquier tipo de controversia. Sin embargo, no podemos dejar de señalar que fue precisamente un estadista, Stephen Stigler, quien formuló la ley de Stigler, considerada como uno de los principios de la eponimia (y de la que hablaremos más adelante).
Esta diferencia de actitudes ante el uso de los epónimos en las distintas ramas de la ciencia tiene una explicación. El acercamiento a una misma realidad no se hace por parte de los científicos de cada área de igual manera, es decir, cada rama de la ciencia tiene sus objetivos y sus preferencias que hacen variar la perspectiva desde la que se contemplan los diferentes hechos. Así, un médico puede pensar en medicamentos antihipertensivos, antitusígenos o antiácidos apoyándose en su función y, para esas realidades un químico hablará de diferentes composiciones químicas. Donde éste ve sulfuro de hierro o fluoruro de calcio, un especialista en minerales verá pirita o fluorita, porque piensa en su aspecto externo, en su forma de cristalizar, etc., además de en su composición química. Un físico se ocupará de una determinada forma de energía o de la exposición energética allí donde un médico radiólogo lo hará de diferentes tipos de dosis, pues estará pensando en el efecto terapéutico de esa energía.
Independientemente de esta diferencia de actitud, el lenguaje científico tiene algunas características comunes a todas sus ramas que conviene recordar:
Precisión.
Constituye, sin duda, la cualidad más importante del lenguaje científico. Está relacionada en buena medida con la precisión de los términos empleados para la elaboración del mensaje y peligra tanto más cuanto mayor sea la sinonimia, polisemia y homonimia que contengan esos términos. Se trata de evitar la ambigüedad y las falsas interpretaciones.
Neutralidad.
Esta característica hace referencia a la ausencia de valores, connotaciones o matices afectivos. Sería lo opuesto al lenguaje coloquial o literario. Sin embargo, parece que la neutralidad perfecta no puede existir. En general, cualquier trabajo, por neutro que parezca, desprende gran cantidad de datos culturales. Incluso en el propio proceso de la investigación, que después se plasma en un discurso científico, están presentes las motivaciones, creencias y las dudas del investigador.
Concisión o economía.
Generalmente se afirma que ésta es otra de las características del mensaje científico, pues éste cuenta con el menor número de palabras necesario para expresar la idea que quiere comunicar. Pero esta propiedad no puede ir en contra de una transmisión clara y eficaz. Se trata de una economía semántica relacionada con el número de palabras empleadas, cuyo máximo exponente es la sustitución de frases enteras por una sola palabra mediante la creación de un neologismo.
- 2.- LOS EPÓNIMOS EN MEDICINA.
El uso de los epónimos en Medicina merece una mención aparte. La bibliografía médica eponímica es la más prolífica de entre las distintas ramas científicas por una razón simple: la controversia suscitada. Si bien hay un sector que defiende su utilización, no son pocos los que justifican y anhelan su desaparición de la terminología médica. Por ello es posible encontrar algunos artículos que debaten la cuestión.
A continuación trataremos de exponer cuáles son las ventajas y los inconvenientes encontrados por sus defensores y detractores, con el fin de obtener una visión panorámica y objetiva sobre el asunto.
Argumentos en contra.
1.- Traducción.
Una de las publicaciones sobre epónimos médicos más exhaustivas fue la llevada a cabo por Van Hoof en 1986 con un trabajo que puso en evidencia las dificultades para la traducción de los mismos. Realizó un análisis comparativo entre epónimos ingleses y franceses, demostrando cómo en demasiadas ocasiones no era posible mantener el epónimo de manera idéntica de una lengua a otra. En algunos casos las diferencias eran leves, afectando a ciertas precisiones que tampoco parecen resultar excesivamente perturbadoras: Langerhans’cells/ cellules épidermiques de Langerhans (células de Langerhans/células epidérmicas de Langerhans) o Hunter’s glossitis/ Langue de Hunter(glositis de Hunter/Lengua de Hunter). Pero también se encontraron multitud de ejemplos en los que el epónimo inglés poco o nada tiene que ver con el francés: Auspitz’s dermatosis/ Maladie d’Alibert-Bazin (dermatosis de Auspitz/ enfermedad de Alibert-Bazin), Kussmaul’s aphasia/ Syndrome de Worster-Draught-Allen (Afasia de Kussmaul/ Síndrome de Worster-Draught-Allen), Retzius ‘ fibres/ Filaments de cellules de Deiters ( Fibras de Retzius/ células filamentosas de Deiters), o casos en los que el epónimo existe en una lengua pero no en la otra: Harries’ syndrome/ Hypoglycémie spontanée (Síndrome de Harries/ Hipoglicemia espontánea), Miller’s disease/ Ostéomalacie (Enfermedad de Miller/ Osteomalacia) o Mortimer’s disease/ Lupus vulgaire non ulcéré (Enfermedad de Mortimer/ Lupus vulgar no ulcerado), Nasopalatine canal / Canal de Stenson/ (Canal nasopalatino / Canal de Stenson/), Trigeminal impression/ Fossette du ganglion de Gasser (Huella del trigémino/ fosilla del ganglio de Gasser).
Su artículo demostró la confusión reinante en el terreno de los epónimos médicos y resaltó las dificultades que podía esperarse en su traducción. Concluyó que su uso debería mantenerse sólo para los “inextirpables”, pero para el resto, los epónimos deberían desaparecer. Lo que permanece son los síntomas y las enfermedades.
2.- Lucha de poder: ley de Stigler y efecto Mateo.
Otro de los inconvenientes asociados al uso de los epónimos en Medicina es que en algunas ocasiones, no reflejan la verdadera realidad histórica. Un epónimo generado a través del nombre propio del descubridor de una técnica, un instrumento o signo, trata de rendir homenaje al personaje que hay detrás. En ocasiones es la comunidad científica quien decide homenajear al investigador proponiendo su nombre y más habitualmente, es el mismo individuo quien utiliza su propio nombre con la clara intención de demostrar su autoría y su deseo de ser recordado. En este caso, el autonombramiento se inscribe directamente en el marco de la lucha por el poder científico.
Un ejemplo de epónimo otorgado por la comunidad científica para reconocer los méritos de un personaje particular (reconocimiento entre pares), es el caso de Röentgen. Su autoría en el descubrimiento de los rayos X no estuvo exenta de celos y envidias y fueron varios los que trataron de reivindicar el descubrimiento. Una de las reivindicaciones más virulenta fue la del científico Philipp Lenard, quien comparó a Röentgen con una matrona (si bien ella es la que muestra por primera vez al recién nacido, en ningún caso de la puede considerar como la madre). En este caso, los catorce términos eponímicos que fueron creados en honor a Röentgen no dejan lugar a dudas sobre quién ganó la batalla en la paternidad de los rayos X.
En el segundo caso, el del autoreconocimiento, la motivación dominante es la lucha por el poder científico. Rivalidades, intereses políticos, económicos, influencias, etc., han sido responsables de la aparición de epónimos que pueden cambiar de un país a otro, de un continente a otro e incluso de una región a otra. La precisión exigida al lenguaje científico, se ve seriamente comprometida ante este tipo de variantes y desacuerdos.
Tanto es así, que incluso se ha llegado a postular una ley acerca de la fiabilidad histórica de los epónimos, la ley de Stigler. Según ella, ningún descubrimiento científico recibe el nombre de quien lo describió en primer lugar. Esta ley fue formulada por Stephen Stigler, un profesor de estadística que reconoció que fue el sociólogo Merton el que llegó a esta conclusión antes que él. La ley de Stigler es en sí misma un ejemplo de la ley de Stigler. Merton se apoyó en el llamado “Efecto Mateo” para llegar a esta conclusión.
El efecto Mateo tiene su origen en un pasaje bíblico del apóstol San Mateo en el que se lee: Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará (Mt, 13, 12). En otras palabras, los ricos tienden a acumular más riqueza y los pobres tienden a acentuar su pobreza. En ciencias se puede decir que un científico reconocido tendrá menos problemas en hacer valer sus investigaciones que un investigador joven de menor reconocimiento. Un ejemplo de este efecto lo encontramos en la denominación de la Salmonella, un bacilo gram negativo que recibe su nombre por Daniel Salmon, el patólogo veterinario primer autor de la publicación sobre esta bacteria. Salmon era jefe del laboratorio pero fue uno de sus ayudantes, el médico Theobald Smith, quien primeramente aisló y descubrió la bacteria en cerdos.
En cualquier caso, no hay que dejar de señalar que el reconocimiento científico individual va en contracorriente de la ciencia moderna (donde priman el trabajo en equipo e interdisciplinar), por lo que el uso del epónimo con la intención de auto reconocimiento, no parece tener mucho sentido en nuestros días.
3.- Polisemia, sinonimia, homonimia.
A pesar de contar con una serie de desventajas nada desdeñables, la inclusión de los epónimos en los diccionarios médicos equivale a una muestra de su aceptación y su consagración dentro de la comunidad médica. El análisis de estos diccionarios permite observar las distintas construcciones utilizadas para la formación de epónimos (variaciones eponímicas semántico-formales) y su comparación entre las diferentes lenguas.
Son varios los autores que coinciden en señalar que la polisemia, la sinonimia y la homonimia son los grandes inconvenientes de los epónimos, comprometiendo el nivel de precisión y de univocidad que ha de exigirse al lenguaje científico.
Por polisemia se entiende el significado múltiple de una palabra. Este fenómeno puede ser una fuente de confusión debido a la unión de múltiples conceptos al mismo epónimo. Así, el signo de Babinski, designa al menos cinco fenómenos distintos en la exploración neurológica y el conocido síndrome de Cushing hace referencia tanto al adenoma basófilo de la hipófisis como a los tumores del ángulo pontocerebeloso. En el caso de la Odontología tenemos el ejemplo de Black, apellido que ha servido para designar un instrumento, una clasificación de cavidades y un concepto histológico: cucharilla de Black, cavidades de Black y espacio indiferenciado de Black, respectivamente. Igualmente Camper designa tanto a un plano, como a un ángulo, una línea y un instrumento.
Pero la ambigüedad la pueden producir no sólo la polisemia sino también la homonimia. Es la cualidad de dos palabras de distinto origen y significado por evolución histórica que tienen la misma forma, es decir, la misma pronunciación (homofonía) o la misma escritura (homografía). Un ejemplo es el apellido Douglas, empleado en varias formaciones eponímicas que no dejan traslucir si su determinante es James Douglas, John C. Douglas o Beverly Douglas: abceso de Douglas/ injerto de Douglas/ giro de Douglas/ ligamento de Douglas/ fondo de saco de Douglas/ hernia de Douglas/ punción de Douglas.
Mucho más frecuente en el lenguaje médico es la sinonimia o proceso mediante el cual una misma realidad adquiere varios nombres. Aun siendo contraria a uno de los principales requisitos de todo lenguaje científico -la univocidad-, la terminología médica no ha podido evitar esta repetición ya que quienes forjan términos son también hombres que con sus disputas, sus deseos de destacar o simplemente por su “adanismo” o ignorancia sobre lo que otros hacen, imponen sus propios términos multiplicando innecesariamente el número de voces. Volviendo al citado artículo de Van Hoof, este autor encontró hasta 29 sinónimos eponímicos en inglés y francés. Así pues, es frecuente que una enfermedad, entidad, fórmula, instrumento, proceso o técnica se conozcan de forma distinta, no sólo en un mismo idioma sino también en lenguas diferentes, ya que no siempre existe un consenso acerca del descubridor o inventor. Un buen ejemplo es el síndrome de Paterson Kellytambién referido como síndrome de Plummer-Vinson. En inglés existen hasta cinco variantes eponímicas: Plummer-Vinson syndrome, Vinson’s syndrome, Patterson-Brown Kelly syndrome, Patterson-Kelly syndrome y Paterson’s syndrome. Como ejemplos odontológicos podemos citar el síndrome de Sjögren, que en Francia se conoce como síndrome de Gougerot-Sjögren.
En el Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas, aparece escrito: síndrome de Kelly-Patterson. Es decir, contiene un error gráfico al escribir Paterson con dos “t” y además invierten el orden de los nombres propios. La dificultad en su correcta escritura ortográfica podría señalarse también como un inconveniente más de los epónimos. Además, un problema particular atañe a los epónimos ingleses: no existe consenso en torno a la manera en cómo deben ser escritos, ya que un mismo epónimo como síndrome de Downaparece en algunos escritos como Down’s syndrome (empleando la forma posesiva) y en otros como Down syndrome (forma no posesiva). En general, la manera recomendada es ésta última, ya que es la forma en la que se emplean muchos epónimos en buscadores como MeSH o PubMed. Pero esta falta de consenso dificulta la obtención eficiente de resultados en las búsquedas realizadas a través de cualquier base de datos.
4.- Poca fuerza descriptiva.
Otro de los inconvenientes de los epónimos es su escasa fuerza descriptiva ya que no poseen la transparencia propia de las formaciones grecolatinas. Por ejemplo, el término de origen griego gastroenterostomía hace referencia a una operación quirúrgica que se utiliza para establecer una comunicación entre el estómago y una porción del intestino delgado. Si descomponemos este término podemos fácilmente entender su significado: gastro (forma prefija de gáster, gastrós: estómago, vientre) + enteró (intestino) + stóma (boca) y tomé(corte). Un proceso similar de descomposición en busca de significado no se puede aplicar con los epónimos.
En la gran mayoría de los casos, el término alternativo no eponímico resulta mucho más descriptivo y comprensible: Conducto de Bartholin / conducto sublingual, Operación de Caldwell-Luc / antrostomía maxilar, Perla de Epstein / quiste gingival del recién nacido.
El uso de una terminología más descriptiva puede ser una de las razones por la que los epónimos tiendan a desaparecer. Sin embargo, la sustitución de un epónimo por un sinónimo más descriptivo no está exenta de problemas. Puede darse la paradoja de que la forma sustitutoria cree una confusión mayor. En consecuencia, esta sugerencia debería ceñirse a casos individuales tras una cuidadosa observación del nivel de aceptación del epónimo. La primera reunión que formalizó el objetivo de reemplazar los epónimos por términos más descriptivos se realizó en 1895, cuando un grupo de anatomistas se reunieron para crear una nomenclatura anatómica que denominaron Basle Nomina Anatomica (BNA) y que pretendía ser el vocabulario de referencia de esta especialidad. El BNA consiguió reducir el número de términos anatómicos pasando de los 50.000 existentes a 5.528 términos aceptados.
Una iniciativa más reciente se dio en el 2011 durante el taller de Vasculitis desarrollado en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Allí se decidió que el síndrome de Churg-Strauss se cambiaría por granulomatosis eosinofílica con poliangeítis, la púrpura de Henoch-Schönlein por Vasculitis por Ig A y el síndrome de Goodpasture por enfermedad anti-membrana basal glomerular. Para la enfermedad de Kawasaki, sin embargo, se decidió mantener su denominación eponímica por no tener una etiología claramente definida en el momento de la reunión y por su valor histórico.
5.- Problemas éticos.
Algunos autores proponen la eliminación de algunos epónimos que a día de hoy no se consideran éticamente aceptables. Un primer ejemplo es el síndrome de Reiter. Desde 1977 se lleva insistiendo en que este epónimo desaparezca, primeramente porque Reiter no fue el primero en describir la triada artritis / uretritis / conjuntivitis y en segundo lugar porque Reiter hizo experimentos médicos letales en los campos de concentración durante la II GM. Otro ejemplo en la misma línea es el empleo del término granulomatosis de Wegener, al demostrarse que el doctor Friedich Wegener estuvo implicado en las actividades del partido nacional-socialista alemán. Esta denuncia fue hecha por primera vez por el doctor Woywodt en la revista Lancet en 2006. Como alternativa, se propuso el término granulomatosis con poliangeítis.
Argumentos a favor.
No todo han de ser inconvenientes. Al menos estos dos argumentos nos mueven en pro de aspectos no ya propiamente lingüísticos sino también humanos:
1.- Economía en el lenguaje.
En algunas ocasiones y siempre suponiendo que el significado del epónimo se conozca bien y sea comúnmente aceptado, su uso representa claramente una economía en el lenguaje. En caso de no utilizarlos habría que hacer una descripción relativamente extensa de la localización anatómica, signo, técnica, etc. Por ejemplo, resulta mucho más práctico hablar de la maniobra de Valsalva que de cualquier intento de exhalar aire con la glotis cerrada o con la boca y la nariz cerradas. En Odontología nos resulta mucho más sencillo referirnos a las clases de Angle que a las diferentes posiciones de la cúspide mesio-vestibular del primer molar superior respecto al primer molar inferior.
2.- Homenaje.
Esta ventaja hace referencia al lado más humanístico de la Medicina o la Odontología. La historia que encierra cada epónimo es, parafraseando a Ortega, un entusiasta ensayo de resurrección. Es un acto de gratitud y reconocimiento hacia quienes nos precedieron, dando color al lenguaje científico.
LOS EPÓNIMOS EN MEDICINA
El uso de los epónimos en Medicina merece una mención aparte. La bibliografía médica eponímica es la más prolífica 1 de entre las distintas ramas científicas por una razón simple: la controversia suscitada. Si bien hay un sector que defiende su utilización, no son pocos los que justifican y anhelan su desaparición de la terminología médica. Por ello es posible encontrar algunos artículos que debaten la cuestión.
A continuación trataremos de exponer cuáles son las ventajas y los inconvenientes encontrados por sus defensores y detractores, con el fin de obtener una visión panorámica y objetiva sobre el asunto.
Argumentos en contra
Traducción
Una de las publicaciones sobre epónimos médicos más exhaustivas fue la llevada a cabo por Van Hoof en 1986 2 con un trabajo que puso en evidencia las dificultades para la traducción de los mismos. Realizó un análisis comparativo entre epónimos ingleses y franceses, demostrando cómo en demasiadas ocasiones no era posible mantener el epónimo de manera idéntica de una lengua a otra. En algunos casos las diferencias eran leves, afectando a ciertas precisiones que tampoco parecen resultar excesivamente perturbadoras: Langerhans’cells/ cellules épidermiques de Langerhans (células de Langerhans/células epidérmicas de Langerhans) o Hunter’s glossitis/ Langue de Hunter (glositis de Hunter/Lengua de Hunter). Pero también se encontraron multitud de ejemplos en los que el epónimo inglés poco o nada tiene que ver con el francés: Auspitz’s dermatosis/ Maladie d’Alibert-Bazin (dermatosis de Auspitz/ enfermedad de Alibert-Bazin), Kussmaul’s aphasia/ Syndrome de Worster-Draught-Allen (Afasia de Kussmaul/ Síndrome de Worster-Draught-Allen), Retzius ‘ fibres/ Filaments de cellules de Deiters ( Fibras de Retzius/ células filamentosas de Deiters), o casos en los que el epónimo existe en una lengua pero no en la otra: Harries’ syndrome/ Hypo-glycémie spontanée (Síndrome de Harries/ Hipoglicemia espontánea), Miller’s disease/ Ostéomalacie (Enfermedad de Miller/ Osteomalacia) o Mortimer’s disease/ Lupus vulgaire non ulcéré (Enfermedad de Mortimer/ Lupus vulgar no ulcerado), Nasopalatine canal / Canal de Stenson/ (Canal nasopalatino / Canal de Stenson/), Trigeminal impression/ Fossette du ganglion de Gasser (Huella del trigémino/ fosilla del ganglio de Gasser).
Su artículo demostró la confusión reinante en el terreno de los epónimos médicos y resaltó las dificultades que podía esperarse en su traducción. Concluyó que su uso debería mantenerse sólo para los “inextirpables”, pero para el resto, los epónimos deberían desaparecer. Lo que permanece son los síntomas y las enfermedades.
Lucha de poder: ley de Stigler y efecto Mateo 3
Otro de los inconvenientes asociados al uso de los epónimos en Medicina es que en algunas ocasiones, no reflejan la verdadera realidad histórica. Un epónimo generado a través del nombre propio del descubridor de una técnica, un instrumento o signo, trata de rendir homenaje al personaje que hay detrás. En ocasiones es la comunidad científica quien decide homenajear al investigador proponiendo su nombre y más habitualmente, es el mismo individuo quien utiliza su propio nombre con la clara intención de demostrar su autoría y su deseo de ser recordado. En este caso, el autonombramiento se inscribe directamente en el marco de la lucha por el poder científico.
Un ejemplo de epónimo otorgado por la comunidad científica para reconocer los méritos de un personaje particular (reconocimiento entre pares), es el caso de Röentgen. Su autoría en el descubrimiento de los rayos X no estuvo exenta de celos y envidias y fueron varios los que trataron de reivindicar el descubrimiento. Una de las reivindicaciones más virulenta fue la del científico Philipp Lenard, quien comparó a Röentgen con una matrona (si bien ella es la que muestra por primera vez al recién nacido, en ningún caso de la puede considerar como la madre). En este caso, los catorce términos eponímicos que fueron creados en honor a Röentgen no dejan lugar a dudas sobre quién ganó la batalla en la paternidad de los rayos X.
En el segundo caso, el del autoreconocimiento, la motivación dominante es la lucha por el poder científico. Rivalidades, intereses políticos, económicos, influencias, etc., han sido responsables de la aparición de epónimos que pueden cambiar de un país a otro, de un continente a otro e incluso de una región a otra. La precisión exigida al lenguaje científico, se ve seriamente comprometida ante este tipo de variantes y desacuerdos.
Tanto es así, que incluso se ha llegado a postular una ley acerca de la fiabilidad histórica de los epónimos, la ley de Stigler. Según ella, ningún descubrimiento científico recibe el nombre de quien lo describió en primer lugar. Esta ley fue formulada por Stephen Stigler, un profesor de estadística que reconoció que fue el sociólogo Merton el que llegó a esta conclusión antes que él. La ley de Stigler es en sí misma un ejemplo de la ley de Stigler. Merton se apoyó en el llamado “Efecto Mateo” para llegar a esta conclusión.
El efecto Mateo tiene su origen en un pasaje bíblico del apóstol San Mateo en el que se lee: Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará (Mt, 13, 12). En otras palabras, los ricos tienden a acumular más riqueza y los pobres tienden a acentuar su pobreza. En ciencias se puede decir que un científico reconocido tendrá menos problemas en hacer valer sus investigaciones que un investigador joven de menor reconocimiento. Un ejemplo de este efecto lo encontramos en la denominación de la Salmonella, un bacilo gram negativo que recibe su nombre por Daniel Salmon, el patólogo veterinario primer autor de la publicación sobre esta bacteria. Salmon era jefe del laboratorio pero fue uno de sus ayudantes, el médico Theobald Smith, quien primeramente aisló y descubrió la bacteria en cerdos.
EN OCASIONES LA COMUNIDAD CIENTÍFICA DECIDE HOMENAJEAR AL INVESTIGADOR PROPONIENDO SU NOMBRE Y MÁS HABITUALMENTE, ES EL INDIVIDUO QUIEN UTILIZA SU PROPIO NOMBRE PARA DEMOSTRAR SU AUTORÍA Y SER RECORDADO
En cualquier caso, no hay que dejar de señalar que el reconocimiento científico individual va en contracorriente de la ciencia moderna (donde priman el trabajo en equipo e interdisciplinar), por lo que el uso del epónimo con la intención de auto reconocimiento, no parece tener mucho sentido en nuestros días.
Polisemia, sinonimia, homonimia 4
A pesar de contar con una serie de desventajas nada desdeñables, la inclusión de los epónimos en los diccionarios médicos equivale a una muestra de su aceptación y su consagración dentro de la comunidad médica. El análisis de estos diccionarios permite observar las distintas construcciones utilizadas para la formación de epónimos (variaciones eponímicas semántico-formales) y su comparación entre las diferentes lenguas.
Son varios los autores que coinciden en señalar que la polisemia, la sinonimia y la homonimia son los grandes inconvenientes de los epónimos, comprometiendo el nivel de precisión y de univocidad que ha de exigirse al lenguaje científico.
Por polisemia se entiende el significado múltiple de una palabra. Este fenómeno puede ser una fuente de confusión debido a la unión de múltiples conceptos al mismo epónimo. Así, el signo de Babinski, designa al menos cinco fenómenos distintos en la exploración neurológica y el conocido síndrome de Cushing hace referencia tanto al adenoma basófilo de la hipófisis como a los tumores del ángulo pontocerebeloso. En el caso de la Odontología tenemos el ejemplo de Black, apellido que ha servido para designar un instrumento, una clasificación de cavidades y un concepto histológico: cucharilla de Black, cavidades de Black y espacio indiferenciado de Black, respectivamente. Igualmente Camper designa tanto a un plano, como a un ángulo, una línea y un instrumento.
Pero la ambigüedad la pueden producir no sólo la polisemia sino también la homonimia. Es la cualidad de dos palabras de distinto origen y significado por evolución histórica que tienen la misma forma, es decir, la misma pronunciación (homofonía) o la misma escritura (homografía). Un ejemplo es el apellido Douglas, empleado en varias formaciones eponímicas que no dejan traslucir si su determinante es James Douglas, John C. Douglas o Beverly Douglas: abceso de Douglas/ injerto de Douglas/ giro de Douglas/ ligamento de Douglas/ fondo de saco de Douglas/ hernia de Douglas/ punción de Douglas.
Mucho más frecuente en el lenguaje médico es la sinonimia o proceso mediante el cual una misma realidad adquiere varios nombres. Aun siendo contraria a uno de los principales requisitos de todo lenguaje científico -la univocidad-, la terminología médica no ha podido evitar esta repetición ya que quienes forjan términos son también hombres que con sus disputas, sus deseos de destacar o simplemente por su “adanismo” o ignorancia sobre lo que otros hacen, imponen sus propios términos multiplicando innecesariamente el número de voces. Volviendo al citado artículo de Van Hoof, este autor encontró hasta 29 sinónimos eponímicos en inglés y francés. Así pues, es frecuente que una enfermedad, entidad, fórmula, instrumento, proceso o técnica se conozcan de forma distinta, no sólo en un mismo idioma sino también en lenguas diferentes, ya que no siempre existe un consenso acerca del descubridor o inventor. Un buen ejemplo es el síndrome de Paterson Kelly también referido como síndrome de Plummer-Vinson. En inglés existen hasta cinco variantes eponímicas: Plummer-Vinson syndrome, Vinson’s syndrome, Patterson-Brown Kelly syndrome, Patterson-Kelly syndrome y Paterson’s syndrome. Como ejemplos odontológicos podemos citar el síndrome de Sjögren, que en Francia se conoce como síndrome de Gougerot-Sjögren.
En el Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas, aparece escrito: síndrome de Kelly-Patterson. Es decir, contiene un error gráfico al escribir Paterson con dos “t” y además invierten el orden de los nombres propios. La dificultad en su correcta escritura ortográfica podría señalarse también como un inconveniente más de los epónimos. Además, un problema particular atañe a los epónimos ingleses 5: no existe consenso en torno a la manera en cómo deben ser escritos, ya que un mismo epónimo como síndrome de Down aparece en algunos escritos como Down’s syndrome (empleando la forma posesiva) y en otros como Down syndrome (forma no posesiva). En general, la manera recomendada es ésta última, ya que es la forma en la que se emplean muchos epónimos en buscadores como MeSH o PubMed. Pero esta falta de consenso dificulta la obtención eficiente de resultados en las búsquedas realizadas a través de cualquier base de datos.
Poca fuerza descriptiva
Otro de los inconvenientes de los epónimos es su escasa fuerza descriptiva ya que no poseen la transparencia propia de las formaciones grecolatinas. Por ejemplo, el término de origen griego gastroenterostomía hace referencia a una operación quirúrgica que se utiliza para establecer una comunicación entre el estómago y una porción del intestino delgado. Si descomponemos este término podemos fácilmente entender su significado: gastro (forma prefija de gáster, gastrós: estómago, vientre) + enteró (intestino) + stóma (boca) y tomé (corte). Un proceso similar de descomposición en busca de significado no se puede aplicar con los epónimos.
En la gran mayoría de los casos, el término alternativo no eponímico resulta mucho más descriptivo y comprensible: Conducto de Bartholin / conducto sublingual, Operación de Caldwell-Luc / antrostomía maxilar, Perla de Epstein / quiste gingival del recién nacido.
El uso de una terminología más descriptiva puede ser una de las razones por la que los epónimos tiendan a desaparecer. Sin embargo, la sustitución de un epónimo por un sinónimo más descriptivo no está exenta de problemas. Puede darse la paradoja de que la forma sustitutoria cree una confusión mayor. En consecuencia, esta sugerencia debería ceñirse a casos individuales tras una cuidadosa observación del nivel de aceptación del epónimo. La primera reunión que formalizó el objetivo de reemplazar los epónimos por términos más descriptivos se realizó en 1895, cuando un grupo de anatomistas se reunieron para crear una nomenclatura anatómica que denominaron Basle Nomina Anatomica (BNA) y que pretendía ser el vocabulario de referencia de esta especialidad. El BNA consiguió reducir el número de términos anatómicos pasando de los 50.000 existentes a 5.528 términos aceptados.
Una iniciativa más reciente se dio en el 2011 durante el taller de Vasculitis desarrollado en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Allí se decidió que el síndrome de Churg-Strauss se cambiaría por granulomatosis eosinofílica con poliangeítis, la púrpura de Henoch-Schönlein por Vasculitis por Ig A y el síndrome de Goodpasture por enfermedad antimembrana basal glomerular. Para la enfermedad de Kawasaki, sin embargo, se decidió mantener su denominación eponímica por no tener una etiología claramente definida en el momento de la reunión y por su valor histórico.
Problemas éticos
Algunos autores proponen la eliminación de algunos epónimos que a día de hoy no se consideran éticamente aceptables. Un primer ejemplo es el síndrome de Reiter. Desde 1977 se lleva insistiendo en que este epónimo desaparezca, primeramente porque Reiter no fue el primero en describir la triada artritis / uretritis / conjuntivitis y en segundo lugar porque Reiter hizo experimentos médicos letales en los campos de concentración durante la II GM. Otro ejemplo en la misma línea es el empleo del término granulomatosis de Wegener, al demostrarse que el doctor Friedich Wegener estuvo implicado en las actividades del partido nacional-socialista alemán. Esta denuncia fue hecha por primera vez por el doctor Woywodt en la revista Lancet en 2006. Como alternativa, se propuso el término granulomatosis con poliangeítis.
Argumentos a favor
No todo han de ser inconvenientes. Al menos estos dos argumentos nos mueven en pro de aspectos no ya propiamente lingüísticos sino también humanos:
- Economía en el lenguaje En algunas ocasiones y siempre suponiendo que el significado del epónimo se conozca bien y sea comúnmente aceptado, su uso representa claramente una economía en el lenguaje. En caso de no utilizarlos habría que hacer una descripción relativamente extensa de la localización anatómica, signo, técnica, etc. Por ejemplo, resulta mucho más práctico hablar de la maniobra de Valsalva que de cualquier intento de exhalar aire con la glotis cerrada o con la boca y la nariz cerradas. En Odontología nos resulta mucho más sencillo referirnos a las clases de Angle que a las diferentes posiciones de la cúspide mesio-vestibular del primer molar superior respecto al primer molar inferior.
- Homenaje Esta ventaja hace referencia al lado más humanístico de la Medicina o la Odontología. La historia que encierra cada epónimo es, parafraseando a Ortega, un entusiasta ensayo de resurrección. Es un acto de gratitud y reconocimiento hacia quienes nos precedieron, dando color al lenguaje científico.
1 Conviene destacar las recientes aportaciones dirigidas por Díaz-Rubio, M: Epónimos en aparato digestivo. Madrid, You & Us, 2010. Epónimos en aparato respiratorio. Madrid, You & Us, 2011. Epónimos en cardiología. Madrid, CTO, 2016.
2 Van Hoof, H. Les eponymes médicaux: essaie de classification. Journal de traducteurs, Vol. 31, nº 1, 1986, pp. 59-84.
3 Merton, R. The Mathew effect in sciences. Science, January 5, 159 (3810), 1968, pp. 56-63.
4 Alcaraz Ariza, M.A. Los epónimos en Medicina. Ibérica, 2002, 4, pp. 55-73
5 Narayan, J., Sukumar, B, Nalini, A. Current use of medical eponyms-a need for global uniformity in scientific publications. BMC Medical Research Methodology, 2009, pp. 9:18.