Ignacio Gómez de Villalobos ignacio.gomez@cosmopolitan-tours.com www.cosmopolitan-tours.com
En un mundo hiper globalizado en el que estamos saturados de imágenes de sitios que nunca conoceremos, es sorprendente que un lugar como Hampi sea prácticamente desconocido. En ese listado de las Nuevas Maravillas del Mundo, casi un concurso de ambiciones nacionales por colocar en él algún monumento, el nombre de Hampi nunca se barajó. Y es casi seguro que quien esté leyendo estas líneas nunca haya oído siquiera hablar de este lugar extraordinario que fue un día una de las ciudades más grandes del mundo y desde la que se gobernó un imperio que comerció con todo el mundo conocido. La UNESCO, al declararla Patrimonio de la Humanidad le ha proporcionado una cierta relevancia que la convierte en un destino soñado para unos pocos occidentales.
Porque en la India Hampi sí es famoso: es uno de los principales destinos religiosos del país, ya que es uno de los escenarios del poema épico nacional Ramayana, que tuvo un profundo impacto en el arte y la cultura del sucontinente y su influencia se extendió a la literatura y templos de otros lugares de Asia como Birmania, Tailandia, Camboya, Vietnam, Laos e Indonesia. A pesar de que el poema es muy anterior a la fundación de Hampi, su cuarto canto, Kishkindha Kanda, se desarrolla en el entorno de esta ciudad, como lo denotan las descripciones geográficas: todo el paisaje de Hampi es el escenario del mítico Reino de los Monos donde el dios Rama y su hermano Lakshmana encuentran al dios mono Hanuman cuando están buscando a la secuestrada Sita, esposa de Rama.
¿Pero dónde está Hampi?, ¿qué fue Hampi?
En términos geográficos, Hampi está en el estado de Karnataka, en el sur de la India. Durante mucho tiempo, fue difícil llegar hasta allí, pero la India está inmersa en un muy ambicioso plan de infraestructuras y a cuatro horas se encuentra hoy en día un moderno aeropuerto en la ciudad de Hubli que ha facilitado considerablemente el llegar hasta Hampi. Aun así, son todavía 4 horas de carretera, parte por una amplia autopista. Hampi se hace esperar.
Fue fundada en 1336 como capital del Imperio Vijayanagar con el nombre de Vijayanagara, la Ciudad de la Victoria. Este Imperio fue un punto de inflexión en la historia del subcontinente que trascendió los regionalismos promoviendo el hinduismo como factor de unión. Una administración eficiente e intensos intercambios comerciales con muchos pueblos proporcionaron al Imperio los últimos adelantos tecnológicos, como el empleo de nuevos sistemas de regadío. La corte imperial incentivó las bellas artes, provocando el resurgir de la literatura en kannada, tamil, télugu y sánscrito, mientras que la música carnática (la música clásica del sur de la India) evolucionó desde posturas que durante siglos habían permanecido estáticas hasta adoptar las reglas que aun hoy en día se siguen utilizando.
El emplazamiento de la ciudad de Vijayanagara era especialmente favorable al estar rodeada por el río Tungabhadra por uno de sus lados y bordeada por montañas por los otros tres. La capital llegó a tener 500.000 habitantes y fue en su época de mayor apogeo la segunda mayor ciudad del mundo tras Pekín.
Las descripciones que se conservan de la ciudad en su época de esplendor maravillan. De ella decía el viajero portugués del siglo XVI Domingo Paes que residió en ella durante dos años: «Es tan grande como Roma, y muy bella. Es la ciudad mejor aprovisionada del mundo, cuenta con almacenes de arroz, trigo, cebada y judías, así como otros muchos cereales y semillas que crecen aquí y que son el sustento de sus habitantes a un precio módico. Hay muchos árboles, y jardines regados por acequias y estanques». La ciudad era el no va más de la riqueza y de la sofisticación y comerciaba con Persia o la lejana Europa.
Tal esplendor y magnificencia durarían poco más de 200 años, hasta el año 1565 cuando la confederación de los sultanatos del Deccan, preocupados por el creciente poder del imperio Vijayanagara, se alió y venció en la batalla de Talikota. Hampi fue entonces saqueada y más tarde abandonada. Y así, una ciudad que se parangonaba con Estambul, Roma o Pekín fue diluyendo su existencia entre la realidad y el mito hasta que sus ruinas inverosímiles fueron descubiertas para el mundo por los ingleses.
Hampi se presenta hoy al viajero como un pueblo edificado en el inmenso conjunto arqueológico de Vijayanagara (allí se levantan todavía más de 1600 estructuras) que componen uno de los lugares más fascinantes de la India. Templos, puertas, pabellones, acueductos, mercados, establos de elefantes, estanques… Una perfecta postal. Todo ello en una llanura salpicada de grandes peñascos de granito, a menudo en caprichosos equilibrios y a orillas del río Tungabadra que serpentea por la llanura. Pero Hampi no es una ciudad arruinada y muerta. Durante la visita de sus monumentos, la vida local, llena de alegría y de color acompaña al viajero.
Los mayores monumentos que se conservan de Hampi son los templos Virupaksha y Vithala, famoso por su espectacular carro de piedra que aparece en los billetes de 50 rupias.
El primero de ellos se nos aparece tras una suave ascensión por una lisa ladera de granito poblada de distintas estructuras. Una vez en la cima, Virupaksha se levanta ante nosotros, con su gopura o torre de entrada de más de 50 metros de altura, intacto en medio de las ruinas que lo rodean. Ha sido desde siempre el principal lugar de peregrinación de Hampi y sigue siendo un lugar de culto, siempre lleno de fieles llegados de todo el país… y muy pocos de más allá… Y cientos de monos, que campan irrespetuosos por las cresterías, torres y escaleras del templo.
Un paseo soberbio entre cientos de estructuras repartidos entre la vegetación y los riscos de granito, siempre con el río a nuestra izquierda, nos conduce hasta Vithala, el otro gran templo de Hampi. Si Virupaksha nos sorprende por su altura y afluencia de peregrinos, este nos subyuga por la exquisitez de sus tallas y por su carro de piedra que según las crónicas podía rodar cuando fue construido… El carro es en realidad un santuario dedicado a Garuda, acompañante del dios Vishnú que en tiempos estaba sentado en lo alto.
Estos son los dos monumentos más importantes de Hampi. Solo verlos justifica ya el viaje. Pero si a ellos añadimos los cientos de pequeños y grandes edificios que salpican ese paisaje extraordinario y la vida moderna que ha ido colonizando las venerables ruinas, la visita a Hampi se convierte en algo inolvidable. Un perfecto resumen de lo que la India ofrece a sus privilegiados visitantes: una mezcla extraordinaria de monumentalidad y espiritualidad que no deja a nadie indiferente…