No cabe duda de que el signo de los tiempos nos ha llevado a preocuparnos cada vez más no por lo que somos sino por los que los demás creen que somos. En esa tesitura la cuestión de controlar el relato le ha ganado la partida a la de controlar la consistencia del contenido. Recientemente El presidente de la República mejicana Andrés Manuel López Obrador afirmaba: “yo no tengo enemigos sino solo adversarios políticos”. La verdad es que la frase suena un tanto ingenua en un momento en que cuesta diferenciar unos de otros. No tenemos bastante con la crispación en las formas (y en los actos) entre los políticos y sus adversarios (que no enemigos), entre los parlamentarios de cualquier país, entre los Estados que dirimen conflictos (guerras aparte) con todo tipo de improperios, falsedades, medias verdades. Ahora vemos también, no sin bochorno, con cierta vergüenza ajena, como esa actitud ha invadido el mundo profesional de la odontología.
Los medios profesionales y los digitales se han llenado no hace mucho de cartas y notas de prensa reflejando esas actitudes entre dirigentes colegiales. Parece, por lo que escriben y por como lo escriben, que algunos de los gestores de la colegiación sí que son enemigos entre ellos. Bastante sensación de vacío sienten los nuevos colegiados en relación a los colegios profesionales como para ver, dentro de la institución, disputas de patio de colegio que bien seguro deberían tener lugar en los sitios oportunos y por los cauces habilitados al efecto. Miembros de un colegio profesional, que debería velar porque la ética y las buenas maneras fueran el santo y seña de la profesión, se enzarzan a través de las redes y de los medios de difusión en una pugna sin cuartel.
Quiero dejar claro que no se trata de quien tiene o deja de tener la razón en la disputa. Se trata de la ruptura de las formas, de la pérdida del saber estar. Quien así lo hace, por poderosas sean las razones que lo asistan, pierde los papeles y con ello pierde cualquier credibilidad (la tenga o no), Es especialmente grave para quien inicia el bucle del insulto o la descalificación, pero no menos execrable es el que responde a ella en los mismos términos. La profesión no puede ni debe tolerar que sus dirigentes no sepan mantener las formas. Hay modos y lugares para decir lo que haya que decir sin perder la elegancia.
No me cabe duda de que deben existir mecanismos colegiales o legales para estructurar las disensiones y si procede para interponer las demandas judiciales que correspondan, sin tener que recurrir a los medios de comunicación con el interés de crear un estado de opinión entre la colegiación favorable a los intereses personales de uno u otro de los enfrentados. O sea, de ganar el relato. La gobernanza no puede ser una cuestión de conflictos personales. Este perfil de presidentes o de miembros de una junta de gobierno, de cualquier colegio, de cualquier institución, debe ceder el paso a otros que no estén contaminados por el interés, por las historias del pasado o por el trasiego de conflictos personales, rencillas o malquereres.
Buscamos dirigentes que sean conciliadores, que entiendan que su cargo no es un medio de proyección personal ni una oportunidad para presionar a la disidencia. Reconozco la dificultad para conseguir representantes de la valía personal y moral necesaria para ocupar los cargos de responsabilidad. Reconozco la dificultad para encontrar el verso suelto que sea capaz de conjugar sinergias y que sea asimismo capaz de interpretar y defender posiciones alejadas de su propio ombligo supeditando su punto de vista al de la institución a la que representa, sin traicionar sus principios.
Estoy tan convencido de que esas personas existen como de que las que cumplen con esos parámetros (que las hay) están muy poco reconocidas por la colectividad a la que representan. No deberían ser necesariamente personas con grandes conocimientos o habilidades técnicas, ni tienen porqué estar cautivos de una u otra institución que las aúpe. Deberían ser gente con el sentido común, el equilibrio personal y la equidistancia necesaria para conjurar cualquier intento de interpretación sesgada. No es necesario que sean docentes o profesores universitarios, o profesionales de renombre, basta con que tengan voluntad de diálogo y de servicio, que se alejen del interés personal y que entiendan en qué consiste el “saber estar”. Suerte, amigos en la búsqueda porque en algunos lugares esa necesidad es ya una urgencia.
Buscamos dirigentes que sean conciliadores, que entiendan que su cargo no es un medio de proyección personal ni una oportunidad para presionar a la disidencia