EL AZAR, LA ODONTOLOGIA Y LO CUÁNTICO

Dr. Manuel Ribera Uribe, JMD, DDS, PhD Profesor de Gerodontología, Pacientes Especiales y Prostodoncia, Presidente del Comité de Ética en Investigación y Medicamentos UIC (Universitat Internacional de Catalunya), Académico de la Pierre Fauchard Academy.

En muchos aspectos de la actividad diaria el mundo profesional, tan proclive a la vanidad y a la prepotencia, suele atribuir el éxito de la acción al bien hacer y a los conocimientos de quien la ejecuta. En odontología (en las ciencias médicas en general) solemos relacionar los éxitos con nuestra habilidad, conocimientos y experiencia y endosar los fracasos a factores externos relacionados con la falta de cumplimiento de las instrucciones por parte del paciente, la incorrecta información recibida para diseñar el plan de tratamiento, etc. Es realmente difícil relativizar la racionalización de nuestras decisiones porque este proceder ha hecho que la ciencia objetivable ocupara el eje de nuestra actividad. El método científico se ha hecho imprescindible como procedimiento en cualquier aspecto de la profesión. Poder repetir un tratamiento en situaciones lo más equiparables posibles, con los menores sesgos y obtener los mismos validables resultados es la base de nuestro conocimiento y la guía en nuestro ejercicio profesional. En esa visión de que la única manera de obtener conocimiento es la demostración apodíctica o sea demostrativa y convincente, sin dudas ni contradicciones, que pretende reafirmar el método científico que usamos como herramienta, es probablemente la causa de ese germen de vanidad que corre por nuestras venas (por unas más que por otras). Esa idea de poseedores de una verdad demostrada en nuestras hipótesis (por mucho que puedan ser refutadas con otras nuevas) nos hace sensibles a la soberbia. Independientemente de que seamos afables y cercanos con nuestros pacientes lo cierto es que nuestro criterio se basa en el convencimiento de estar en posesión de la verdad y de que el plan de tratamiento, teniendo en cuenta la individualización del caso, es muestra mejor opción razonable para el paciente. El mundo cuántico en el que ya nos encontramos ha venido a aportar una cura de humildad a la certeza del razonamiento lógico clásico. Resulta que la demonización aristotélica del azar como algo irracional tendría su reflejo en la visión cuántica de que no siempre la conclusión se basa en la lógica convencional. Las cosas no están definidas hasta que las miramos y las conclusiones no son inmutables. En resumidas cuentas, el observador define lo observado incluso ante la peculiar paradoja de que podamos considerar a un gato muerto y vivo a la vez como en el famoso ejemplo de Schrödinger. Esto, sin minusvalorar el peso de la individualidad del paciente en nuestra toma de decisiones, traslada relevancia al papel del observador, del profesional. Aunque está clara la importancia de profesionales bien formados técnicamente, es importante en nuestro ejercicio que además tengamos el sentido común, la coherencia y la prudencia necesaria para entender que no todo es lo que parece y que una parte de nuestros éxitos y fracasos (también conviene aprender a perdonarnos a nosotros mismos) se debe no solo al azar sino también a esa variabilidad que hace que todo pueda ser bueno y malo a la vez (incluido el criterio que usamos para juzgar). Eso no tiene porque debilitar nuestros principios ni nuestros valores, que obviamente son imprescindibles, pero sí que puede hacer que nuestros sinceros y documentados consejos dejen margen al paciente para decidir de tal modo que no vayan acompañados de ninguna dosis de soberbia y huyan del proselitismo a la hora de exponer planes de tratamiento. En definitiva, se trata, como decía Unamuno, no de vencer (algunos dirían vender) sino de convencer, pero dejando aire. Uno tiene la sensación de que a determinados planteamientos que cifran el éxito en vender cuanto más mejor se suma la tendencia bienintencionada de intentar “vencer” al paciente con las armas del que está poseído de la razón, sin tener en cuenta que otro profesional, también bienintencionado, en la misma circunstancia, plantearía otra solución. Y además que incluso el mismo profesional, con el mismo caso y la misma situación podría una vez proponer el plan A y otra vez el plan B. ¿No les ha pasado nunca?. ¿Será el azar o será lo cuántico?