El “Tratado de Higiene Bucal” de José Bau Martínez. Un libro y un autor desconocidos.

    Javier Sanz

    María José Solera Piña

     

     

     

     

     

     

    Desde que irrumpiera muy a principios “El conservador de la dentadura” de Ventura de Bustos y Angulo, con cuatro ediciones, el siglo XIX español fue abundante en la pequeña literatura odontológica, destinando las más de las veces su contenido al fomento de la higiene bucodental, con conocimiento previo de las estructuras bucales, pero aprovecharon también la ocasión sus autores para hacer propaganda de sus gabinetes en estos opúsculos. El caso de José Bau es de importancia superior entre los de su época por su extensión (140 páginas) dedicando no pocas a la preservación de la dentadura de forma individual con asistencia regular al dentista.

    José Bau Martínez.

    Existen muy pocas noticias en firme acerca del autor, si bien algunos datos marginales permiten siquiera una contextualización biográfica de José Bau. En la portada de su “Tratado…” se nombra “Cirujano-dentista, socio del colegio de Dentistas de Sevilla, Académico socio corresponsal de la Academia de Cristóbal Colon de Marsella, premiado en varias exposiciones, autor del “agua balsámica” de su nombre, etc.” Vayamos por partes.

     

    En lo primero, el título de “Cirujano-dentista” que luce pudo haberlo logrado recientemente pues con tal denominación había sido creado en 1874 a instancias de Cayetano Triviño, si bien no hemos encontrado rastro del mismo en el Archivo Histórico Nacional, Sección Universidades, donde constan los expedientes de exámenes de este título. Pero de ser así, lo habría conseguido bien cumplida su vida profesional ya que en lo más temprano de su obra dice, con notable exactitud: la profesion que estoy ejerciendo desde treinta y un años[1]…, lo cual indica que comenzó su ejercicio en 1848. Ahora bien, en este año era obligatoria la posesión de un título sanitario “menor” para el legal desarrollo profesional, el de “Cirujano menor” o “Ministrante”.

    Esta titulación[2] surge a raíz del plan de estudios de 17 de septiembre de 1845, conocido también como “Plan Pidal”, que en el artículo 27 decía: El mismo reglamento señalará las condiciones bajo las cuales se podrá autorizar para ejercer la sangría y demás operaciones de la cirugía menor ó ministrante á los que desempeñaren ó hubieren desempeñado el cargo de practicantes en los hospitales[3]. Esta ley duraría hasta que la “Ley de Instrucción Pública” de 17 de julio de 1857 dispusiera en el artículo 40: Queda suprimida la enseñanza de la Cirugía menor ó ministrante. El Reglamento determinará los conocimientos prácticos que se han de exigir á los que aspiren al título de Practicantes[4]. Entre las fechas de 1845 y 1857 queda comprendida, pues, esta etapa de enseñanza quirúrgica menor.

     

    El 29 de junio de 1846 se dictaba una Real Orden con las disposiciones relativas al reglamento para ejercer la cirugía menor ó ministrante[5]. Así, los aspirantes a dicho ejercicio obtendrían la autorización necesaria para ejercer la sangría y demas operaciones de la cirugía menor ó ministrante. Las condiciones para acceder al mismo serían: Haber servido dos ó mas años el destino de practicante de cirugía en los hospitales al menos de cien camas; asimismo habría de probar el candidato que ha estudiado privadamente la flebotomía y el arte de aplicar al cuerpo humano los apósitos de toda clase usados en medicina… y, en lo que nos atañe, Probarán también haber seguido, al menos por seis meses con un cirujano dentista, la práctica de la parte de esta especialidad, relativa á limpiar la dentadura y extraer los dientes y las muelas[6]. En el examen, que se procuraría realizar en un hospital, se preguntaría: 5º Sobre el modo de limpiar y extraer dientes y muelas, y las reglas generales que deben tenerse presentes en estas operaciones[7]. Superado este examen se expediría la licencia correspondiente que autorizaría: 3º Para limpiar la dentadura y extraer dientes y muelas[8].

     

    Así las cosas, la pregunta clave es: ¿todos los que se dedicaron al “arte dental” en estos tiempos estuvieron, realmente, dos años en un hospital de cien camas? Pudiera ser que para ejercer esta parte de la cirugía con título de “Ministrante” así lo hicieran, aunque tan sólo dedicaran la cuarta parte a limpiar la dentadura y realizar exodoncias.

     

    Sobre su pertenencia al Colegio de Dentistas de Sevilla en calidad de “socio”, no cabe nada que añadir, si bien no constan referencias de su ejercicio en aquellas tierras en esta época, como se verá. Probablemente le llevara a ello un sentimiento de pertenencia a la única institución de tal clase en España[9].

     

    Acerca del ejercicio privado de José Bau sabemos que tuvo lugar, de nuevo leyendo la portada de su obra al referir el domicilio del autor, en Barcelona, calle de Escudillers, núm. 19, principal, donde debió instalar una clínica de éxito, lo cual advertimos cuando la herede su hermano. De nuevo referirá, entre sus logros, el despacho de El dentífrico del Sr. Bau (mayor) véndese en el domicilio del autor, calle de Escudillers, núm. 19[10].

     

    En efecto ese “mayor” revela la existencia de un hermano “menor” que heredará la consulta tras el fallecimiento de aquel, como nos revela la prensa local barcelonesa en septiembre de 1891:

     

    Lo Sr. D. Francisco Bau, acreditat dentista, s’ha encarregat del gabinet odontológich que tenia ‘l seu difunt germa D. Joseph en lo carrer d’Escudillers, haventhi introduhit reformas tan acertadas, que `l colocan dignament entre `ls més ben montats d`Espanya[11].

     

    Francisco Bau Hernández ejerció asimismo como dentista con el título de “Practicante”, estableciéndose en Huesca, desde donde hacía salidas temporales a Zaragoza, al uso de la época, de tal manera que se instalaba en el “Hotel de Europa” por meses[12]. Decidió finalmente establecer un fijo “Gabinete Estomatológico y Taller mecánico dental” el 23 de septiembre 1889 en la calle del Coso, nº. 8, anunciándose como “Profesor Dentista”[13], si bien el anuncio en prensa de algunas de sus actividades llevó al influyente dentista zaragozano Mariano Riva, junto con Jaime Cendrá, a remitir alguna nota aclaratoria en prensa sobre los “excesos” propagandísticos del menor de los Bau[14]. Tal vez este desagradable encuentro público le animara a instalarse en Barcelona dos años después, heredando el consolidado gabinete de su hermano José.

     

    El “Tratado de Higiene Bucal”.

     

    Un tratado que cabe entre los de “divulgación”, de 139 páginas, más el prólogo y el índice, en 8º, publicó el autor en Barcelona (Imprenta de Baseda y Giró) en 1879, como queda dicho. En la portada ya advierte del doble propósito del mismo: “Muy útil para los señores predicadores, diputados, senadores, abogados y demás personas que han de hablar en público, y también a todas las familias que padecen de la boca”. Estos son, pues, los dos objetivos del libro, con cierta originalidad en el primero mientras que el segundo está en la línea de la educación a las familias en asuntos que conciernen a la higiene bucodental.

    El primero de ambos asuntos queda signado en el capítulo VI, cuando así dice: en todos los paises civilizados del mundo, los dientes sucios, corroidos por la cáries ó cubiertos de sarro, la fetidez del aliento y otros mil defectos de la boca, siempre han sido objetos de asco y motivos de aversion… Nadie mejor que las personas que por sus funciones han de hablar en público pueden juzgar el valor de una boca sana y pura, y de los cuidados necesarios para su conservacion[15]. En consecuencia, dedicará las más de las páginas a la forma de conseguir una boca sana y de aspecto limpio, si bien no son tan abundantes.

     

    Hasta veintidós capítulos arman el tratado, si bien alguno de escaso peso. Comienza con una “Introducción” (cap. I) sobre las partes que conforman y delimitan la boca, al que sigue otro bastante prolijo sobre la “Anatomía de los dientes” (cap. II), en el que, tras citar la composición de éstos y sus partes, cierra con el recuento de todos: dientes, colmillos, pequeños molares y molares.

     

    Habiendo dejado clara la composición y descripción de la dentadura se ocupa a continuación (cap. III) de su utilidad, así como de los inconvenientes que originan su pérdida, cuyos efectos perniciosos podrán suplirse por medio de dientes artificiales, tanto para la masticación como para la correcta pronunciación, de ahí la necesidad de mantener una dentadura sana en todos sus componentes. “De la dentición” se titula el siguiente asunto (cap. IV), que resume en una narración elemental de la temporal y de la permanente, para profundizar en los accidentes de la primera (cap. V) y en las consecuencias que se pueden derivar de su pérdida prematura, especialmente de posición, las cuales el autor podría remediar con los aparatos de que disponemos en nuestro gabinete. Así, pues, añade a continuación un capítulo sobre los cuidados que exige la dentadura para su conservación (cap. VI), los cuales deberían fomentar como nadie las madres y más adelante ejecutarlos un “profesor dentista” al que habría que visitar dos, tres y hasta cuatro veces al año. El autor reconoce la importancia de los “animales y plantas parásitas” que deterioran la dentadura así como el consumo perjudicial de azúcares en exceso, pero también de ácidos. Para la eliminación de estos distintos factores, nada mejor habría que el uso habitual de dentífricos y, después, elixires, ambos preparados por dentistas, preferibles a los que se despachan en el comercio. Aparte deja el siguiente capítulo (VII) para disertar sobre “el hábito de fumar”, observando al fumador que, aparte de consumir un tabaco selecto, acuda al dentista con mayor frecuencia.

     

    Versa el siguiente capítulo (VIII) sobre el sarro, advirtiendo ya en el título del mismo: “Su extraccion es una operacion exclusiva del Profesor Dentista”. Formado principalmente por el desaseo de la dentadura, el profesional experimentado lo quitará sin castigar el diente, informando después al paciente sobre cómo mantener una higiene bucodental ayudada por dentífricos y elixires de garantía. El examen de la dentadura constituye el posterior capítulo (IX), notando de su experiencia que “los dientes de color blanco opaco ó lechoso, brillantes y con un ligero tinte amarillento se hallan en perfecto estado de salud”, al contrario que el “color blanco y azulado” y con pocos cuidados se mantendrá en salud, debiéndose tener en cuenta también el historial médico de cada cual.

     

    Sobre la odontalgia “o dolor de muelas” versa el capítulo X, y no es sino un síntoma derivado de varias situaciones como la erupción dental infantil, la caries dental, que trata con un agua balsámica con su nombre y de venta en su clínica, la “inflamacion de las encías”, la del periostio, del alveolo y del diente, la “denudacion dentaria” -en las caras anteriores y posteriores de las muelas-, la “odontalgia nerviosa o neuralgia dentaria”, la producida “por la exóstosis de las raíces”, por “las afecciones de matriz” -que debe tratar el médico-, las “lesiones de la pulpa dentaria”, la “periostitis dentaria”, las “lesiones del esmalte” o la “destruccion de los alveolos”, siendo recomendable en esots dos últimos casos el uso de la mencionada agua balsámica de invención del autor.

     

    “Enfermedades de los Dientes” es el título del capítulo siguiente, las cuales reduce a “lesiones de la pulpa dentaria”, “periostitis dentaria”, “lesiones del esmalte” y “destrucción de los alvéolos”. El capítulo XII versa sobre la caries y su tratamiento, refiriéndose a la prevalencia “una afección tan común, que de cada cuatro personas apénas  hay una que se libre de esta enfermedad”, etiología, sintomatología, clínica con sus complicaciones, diagnóstico y tratamiento, previa advertencia en este último apartado de guardar distancia con quienes anuncian remedios de su invención para la curación radical. Bau propone la extirpación pulpar en estadios avanzados y, a continuación, obturar con oro, si bien estaría desaconsejada en el caso de haber “llegado a formar depósitos purulentos en las extremidades de las raíces”. Aunque como breve capítulo se abordan las neuralgias faciales producidas por caries (capítulo XIII) al que sigue otro de índole periodontal titulado “descarnamiento y movimiento de los dientes” en el que exhibe los méritos de su dentífrico una vez liberada la dentadura del sarro por un profesor dentista. En la misma línea periodontal, dedica el capítulo XV a la “Fluxion de las encias”, distinguiendo los síntomas de ambas arcadas y proponiendo todavía, en una larga serie de medidas que no excluye el abordaje qujirúrgico, el uso de sanguijuelas “debajo de la mandíbula ó detrás de las orejas”. Sobre las “Fistulas dentarias” versa el capítulo XVII, para cuya cura, tras abordar la causa que las produjo, convendría introducir “unas bolillas de algodon en rama, impregnado de nuestra agua balsámica, que se renovarán todos los días”. Sobre la “Fetidez del aliento” versa el siguiente capítulo, siendo su origen variado, no solo local sino gástrico y pulmonar, proponiendo un remedio para cada causa.

     

    Los últimos capítulos se dedican a la extracción dental y al tratamiento de este déficit. El XIX, habla de lo primero, denunciando la actuación de charlatanes en las plazas públicas mediante la “cruel llave de Garengeot”, sustituida en el caso de los dentistas cultos por “los llamados Daviers, inventados en América” que facilitan las operaciones por su variado diseño, pero no habla de ningún procedimiento en particular en las tres páginas y media en que expone el asunto. “Uso de las dentaduras artificiales” es el título del capítulo siguiente, describiendo las que “se adhieren á la encía á causa de una cavidad que tiene la pieza de la cual se extrae el aire por succión y se queda pegada á manera de una ventosa”, y sobre el cuidado de la prótesis dental se ocupa el penúltimo capítulo. Por último, cierra el libro un “Estudio de la constitución física y moral del individuo por la sola inspeccion de los dientes”, derivado de observaciones de su experiencia sobre las cuales establece conclusiones que no pasan de anecdóticas.

     

     

    Colofón.

     

    Citando a muy pocos autores, por lo general sin aportaciones directamente odontológicas, (Mr. Oliven (sic.), Réaumur y Spallanzani, Guéneau de Musay (sic.), Trousseau y Shrott), José Bau construye un libro de los llamados “de divulgación y autopropaganda”, por tanto, antes dirigido al público que a sus compañeros de profesión que cumple principalmente dos cometidos: alertar sobre la tradicional mala praxis de los frecuentes “dentistas” callejeros, vulgo sacamuelas, e instruir sobre diferentes estados de la dentadura, sana y enferma, con sus posibles remedios de manos de dentistas con formación y experiencia, si bien para el mantenimiento de una aceptable salud bucodental, siempre sin evitar la visita regular a aquellos y desde la más temprana edad, será posible que cada individuo logre por sí mismo un estado satisfactorio con la práctica diaria de sencillas medidas profilácticas.    

     

     

    [1] Tratado de Higiene Bucal… V.

    [2] Cfr. Jiménez Rodríguez, I. Las titulaciones quirúrgico-médicas a mediados del siglo XIX: los Ministrantes, Cultura de los Cuidados, 19, 2006, (16-36). Expósito González, R. La matritense sociedad de ministrantes, Cultura de los Cuidados, 31, 2011, págs. 56-63.

    [3] Gazeta de Madrid, 4029, 25 de septiembre de 1845, pág. 3.

    [4] Ídem., 1710, 10 de septiembre de 1857, págs. 1-3.

    [5] Colección legislativa de España. (Continuación de la Colección de Decretos), XXXVII, segundo trimestre de 1846, Madrid, Imprenta Nacional, 1848, págs. 522-524.

    [6] Ídem., pág. 522.

    [7] Ídem., pág. 523.

    [8] Ídem., pág. 524.

    [9] Cfr. Sanz, J. http://www.sociedadseho.com/pdf/LA%20POSICION%20DE.pdf

    [10] Tratado..., pág. 99.

    [11] La Campana de Gracia, 18 de septiembre de 1891, nº. 1153, pág. 2.

    [12] El Chiquero, 11 de diciembre de 1887, nº. 37, pág. 4. Esta estancia se prolongará hasta el mes de abril.

    [13] El Diario de Zaragoza, 20 de septiembre de 1889, nº. 223, pág. 1.

    [14] Ídem., 16 de octubre de 1889, nº. 245, pág. 2.

    [15] Ídem., pág. 39.