Nuestra profesionalidad dañada

F. Javier Cortés Martinicorena
Estomatólogo. Doctor en Medicina y Cirugía

Vamos saliendo de esta extraña, inquietante y extraordinaria situación creada por la Covid-19 causada por un coronavirus del que la ciencia tiene todavía un conocimiento limitado. Cuando parecía que esto remitía, nuevas señales de alarma nos llegan desde Pekín, Alemania y, sin ir tan lejos, desde el País Vasco, donde un pequeño rebrote nos ha recordado que no se puede bajar la guardia. La situación parece estabilizarse pero el equilibrio todavía es frágil.

Estamos retomado nuestro trabajo pero con limitaciones. Los datos apuntan a que una parte importante de los compañeros dentistas han reabierto sus clínicas con una actividad todavía lejos de la normalidad. La amenaza de contagio por el contacto con los pacientes existe y todavía puede pesar en el ánimo de muchos; y a todos nos preocupa, sin duda. Como médicos de la boca que somos, estamos expuestos a este riesgo: asumirlo forma parte de nuestra profesionalidad.

“La salud oral es un servicio público
esencial, fundamental para nuestro
bienestar y salud general, que debe ser
accesible para toda la población. En ese
sentido, las autoridades correspondientes
deben garantizar su acceso”.

La confianza, o mejor dicho la falta de sensación de riesgo alto, tardará en volver a ser como antes de la pandemia y probablemente nunca será igual. Esta insólita epidemia nos dejará huella. En nuestro proceder clínico se instalarán –ya se han instalado- nuevas rutinas y nuevas medidas de prevención de la transmisión cruzada de patógenos. Así como el enorme desafío que supuso el VIH en los años 80 hizo que nos pusiéramos los guantes para todo –para ya no abandonar esta rutina- este otro desafío quizás ya no nos quite el gorro, la pantalla protectora y los sobrepuestos en forma de desechables (o reutilizables) sobre nuestra ropa de trabajo, para determinadas intervenciones. El nuevo “demonio” que aparece ante nuestros ojos son los aerosoles. Circula por ahí un artículo de unos doctores canadienses que argumentan que sobrestimamos su peligrosidad. Pero mientras la ciencia no nos dé otras certezas, habrá que protegerse de los aerosoles todo lo posible.

En mi opinión, esta profesionalidad a la que aludí antes se ha visto muy dañada durante los meses del estado de alarma. Las encuestas vuelven a confi rmar la gran proporción de clínicas dentales que cerraron sus instalaciones, enviaron su personal a casa y dejaron desatendidos a sus pacientes o, como mucho, los atendieron con una llamada telefónica compensatoria. El Decálogo que acaba de publicar la FDI sobre “Odontología y salud oral durante la Covid19” dice en su punto primero: “La salud oral es un servicio público esencial, fundamental para nuestro bienestar y salud general, que debe ser accesible para toda la población. En ese sentido, las autoridades correspondientes deben garantizar su acceso”. Por si esto no sonara sufi ciente, más adelante nos interpela directamente diciendo que los profesionales de la salud oral tienen la responsabilidad de garantizar la atención en caso de urgencia y abunda en que, cito textualmente, “Todas las reglamentaciones y orientaciones para los profesionales de la salud bucal deben tener en cuenta la situación y las necesidades de salud pública de cada país, y no solo el riesgo de infección individual de los profesionales y los pacientes”. El subrayado es mío para denunciar que lo que ha ocurrido en estos meses de estado de alarma ha sido precisamente una defensa individual, me atrevo a decir que egoísta, de nuestro propio riesgo de infección. Parece que hemos antepuesto nuestra protección a la necesidad del paciente y la protección de su salud. Pero nuestra profesionalidad nos obliga a atender a quien necesita nuestros cuidados, sean las circunstancias que sean. Por eso creo que debemos reflexionar sobre cómo se han desarrollado los acontecimientos y sacar conclusiones. Y también lo deben hacer las sociedades científicas y los organismos profesionales y entidades implicados, para evitar la descoordinación y mensajes encontrados que hemos padecido y han llevado a un estado de confusión. Sin mucho tardar, se deberá acometer este debate. La profesión y el cuidado de la salud de la comunidad lo necesitan.

“Debemos reflexionar sobre cómo se han
desarrollado los acontecimientos y sacar
conclusiones”